Ya saben que en esta columna diaria de vez en cuando les abro el cajón de mis miserias. Están de suerte, porque hoy es uno de esos días.

Como dice un amigo, soy una mujer del Renacimiento, y razón no le falta; lo de la tecnología no va conmigo, o mejor, me interesa entre cero y nada. Soy consciente de que ahora mismo no me estoy dejando en muy buen lugar, pero deben saber ahora que llevamos dieciséis días juntos que soy muy de inmolarme.

La era digital no capta mi atención, para muchos estoy en el mundo para que haya de tó y les respeto. Admiro profundamente a todos los que tenéis ordenados en vuestros llaveros virtuales las contraseñas de correos, aplicaciones, bancos, plataformas digitales, seguros y no sé cuantas mil mierdas más; me levanto y os aplaudo, pero yo soy de las que sigue apuntándose la contraseñas en un cuaderno.

El papel, ese gran desconocido para los que utilizan sus Wallet, Keynotes, y lo almacenan en Icloud, venga, coño. Soy adicta a seguir comprándome cuadernos en blanco para llenar, agendas donde gestionar las tareas de trabajo y les prometo que vivo con miedo cuando al cerrar una reunión por teléfono o mail me dicen: «Mándame una convocatoria por Google Calendar».

Pero no todos los héroes llevan capa y si no que se lo digan a Walter, técnico de averías de productos Apple y mi superhéroe por un día. Puse una incidencia por mail, ya que el servicio técnico de la manzana en tiempos de pandemia no atiende de manera presencial. Como se podrán imaginar he olvidado la contraseña de ID Apple.

Cada día que me acordaba de llamar al servicio técnico para dar mi número de incidencia y resolver el problema era demasiado tarde y así un día con otro hasta antes de ayer, que en el parking de una gran superficie a cincuenta grados a la sombra decidí que era el momento. Hablé con Walter más que con mi familia por teléfono, veintitrés minutos y hubo final feliz.

Le dije que me diera las instrucciones para recuperar mi contraseña como si tuviera cinco años y su risa incrédula al escuchar mi torpeza hacía que nuestra relación empezara a cuajar. Hemos establecido un vínculo después de que me preguntara por el nombre de mi perro y la marca de mi primer coche como asuntos que tengo que recordar por si vuelvo a olvidar la maldita contraseña del demonio. Nunca le olvidaré.