Salvo durante el trienio en que la Guerra Civil ensangrentó España, en Cobatillas las fiestas en honor a San Roque y a la Virgen de la Aurora se han venido celebrando ‘religiosamente’ cada año. Una amenaza invisible que nos impide hacer vida normal, bajo el temor del contagio, es la causante de que este agosto vuelva a ser excepción, y de que San Roque, uno de los tres patronos del peregrino junto a San Cristóbal y San Rafael, tenga pleno sentido para los creyentes.

De origen occitano, parece que nació a principios del siglo XIV en Montpellier en el seno de una familia pudiente, pero al quedar huérfano muy joven decidió repartir el dinero de sus posesiones entre los desfavorecidos y peregrinar a Roma. Una epidemia de peste que asoló Europa hizo que se dedicara a atender a los afectados, a los que se dice curaba con el único gesto de la señal de la cruz, hasta que él mismo se contagió. Milagrosamente atendido por el desde entonces famosísimo perro, se recuperó y prosiguió en su misión terapéutica curando a personas y animales hasta el fin de sus días, injustamente encerrado en una prisión en circunstancias poco claras. En 1584 la Iglesia católica le canonizó y desde entonces se le venera como santo.

Muchos pueblos del sur de España lo adoptaron como patrono a finales del siglo XVIII debido a una epidemia de peste que asoló Europa causando gran mortandad, como es el caso de Cobatillas, pedanía murciana y antigua Aldea de Realengo donde la Virgen de la Aurora preexistía a su introducción. De ese mismo siglo data la ermita que en Cobatillas la Vieja le erigió la orden de los jerónimos, fundada en La Ñora por Alonzo Vozmediano y Arroniz, a quien la reina Juana la Loca había donado los terrenos de la Urdienca que abarcaba desde las actuales poblaciones de La Cueva hasta Santomera.

En Cobatillas llegó a haber tres imágenes escultóricas de San Roque, conocidas como el abuelo, el padre y el hijo, debido a sus tamaños. El segundo es el que aún hoy se encuentra en una de las hornacinas laterales del altar mayor y que cada año se saca en procesión el día 16 de agosto. El pequeño fue adquirido por Fulgencio Vives, que lo donó al pueblo colocándolo en la fachada exterior de la iglesia, y en cuya cruz depositaba cada año puntualmente un ramo de flores, en un peligroso equilibrismo que consistía en salir por el arco de la campana que da al Levante y descolgarse desde arriba, mientras el Nin, hijo de la tía Remedios, lo sujetaba por los pies. Toda una proeza que sus sobrinos me han relatado con admiración, entre las muchas anécdotas protagonizadas por ‘el padrino’.

Emilio Sánchez Espín, sacerdote hijo del pueblo, en el pregón pronunciado en 2009 con motivo del centenario de la iglesia, cuenta que durante muchos años la tía Remedios fue la voz protagonista en el novenario a San Roque, que cantaba en latín. Yo he escuchado cantar a Fina Pineda, la hija de otra Remedios, coreada con fervor por los fieles presentes, el siguiente estribillo: «A tus pies venimos, Roque santo amado, patrón y abogado con fe y devoción. Todos te pedimos que libres seamos de peste y contagio por tu intercesión».

Un deseo muy a propósito en estos tiempos dominados por un virus que, como en la peor de las pesadillas o en la distopía más alucinante, ha provocado una pandemia mundial.