Son de los que miran con cara de asco los callos y dicen que no los van a probar o que no les gustan por su textura gelatinosa, o de los que no comen casquería? ¿Y qué me dicen de los caracoles, ese manjar de los dioses acompañado de salsas que avivan aún más el festival de los sentidos en la boca, mojando casi una barra de pan?

Hace unos días, alguien a quien aprecio mucho me ponía los dientes largos en Twitter mostrando un bote de caracoles de un restaurante mítico de un pueblo de la provincia de Almería. Con mucho acierto, venden envasados algo que a principios del 2000 nos llevábamos en tuppers para congelar en casa e ir disfrutando poco a poco de tal delicia.

¿Ustedes no asocian sabores a momentos, recuerdos o lugares? Yo sí, así que al ver la foto del bote en Twitter de repente en mi cabeza el sabor de aquellos deliciosos bichos, o las cenas de más de treinta amigos antes de subir a bebernos Mojácar, pedir más de dos platos para cenar porque nunca eran suficientes, son recuerdos maravillosos que han vuelto de repente.

Les confieso que soy adicta, otro de mis vicios confesables. Cuando hay un plato de caraoles en la mesa, no respondo, no hay amigos, algo me posee y los devoro de manera compulsiva.

Practico la religión caracolil desde que siendo una enana en el bar El Pósito de Garrucha probé los que hasta ahora han sido los mejores que he probado en mi vida, y los hacía Cristóbal. Aún recuerdo la salsa de almendras con un punto picante que los acompañaba y cómo, tras acabar con los caracoles, hacía barcos con la salsa y las patatas fritas. Era la combinación perfecta.

Recuerdo a Cristóbal y sus ojos azules transparentes, recuerdo sentarme en unas sillas marrones de los setenta, recuerdo sus buñuelos de bacalao..., pero como aquella salsa y sus caracoles, nada.

También recuerdo cuando echó la persiana. Dijo «hasta aquí» y se llevó para siempre aquella receta deliciosa.

Hace algunos años me contaron que de vez en cuando Cristóbal desempolva la receta y prepara una olla de caracoles que reparte entre su gente más cercana. Ojalá haber sido una de las elegidas y al probar de nuevo sus deliciosos caracoles; ojalá volver a tener siete años, cuando los aperitivos eran como una fiesta de cumpleaños.