Mi primer piso de soltero tenía dos habitaciones, de una de las cuales venía, de madrugada, un ruido como de pasos. La primera vez que lo escuché volvía de coger un vaso de agua en la cocina.

—¿Quién anda ahí? —dije.

Los pasos cesaron. Abrí entonces la puerta y no había nadie. No había nadie pero había pasos. La frontera entre alguien y nadie, pensé, es delgadísima. Yo mismo no era nadie en la mayoría de los ambientes en los que me movía, aunque mi madre me adoraba. Nadie y alguien son las dos caras de la misma moneda. La tiras al aire y a veces sale cruz y a veces Vargas Llosa. Aquel nadie de la habitación de mi primer piso de soltero era alguien cuando el ruido de sus pasos se ponía en marcha. Me despertaba a las cuatro o las cinco de la mañana, iba sigilosamente hasta la habitación, pegaba el oído en la puerta y allí estaban los pasos, que parecían los de un secuestrado en una cárcel del pueblo.

—¿Hay alguien? —preguntaba.

Y los pasos cesaban para que alguien deviniera nadie. Entraba en la estancia con la piel erizada por el pánico, encendía la luz y solo veía la tabla de planchar y los libros amontonados en el suelo, junto a las paredes, formando a veces escaleras por las que los personajes de las novelas, imaginaba yo, subían y bajaban. Los pasos, calculaba, eran la huella de alguien, el vaciado de alguien, su matriz, su molde. Con el tiempo me fui acostumbrando a ellos y desinteresándome del asunto, al que solo regresaba cuando los pasos desaparecían durante más tiempo del normal. ¿Qué habrá sido de Nadie, me preguntaba tristemente entonces?

A los dos años, el dueño del piso lo reclamó para su hijo y hube de abandonarlo, pero los pasos se vinieron conmigo. Los he escuchado en todas las casas en las que he vivido y los escucho también en la actual, siempre de madrugada. En ocasiones me levanto, me acerco a la puerta de la habitación de la que proceden, que es en la que escribo, y pregunto en voz baja si hay alguien. Luego, en la cama, pienso que quizá fui yo el que llevó los pasos al piso de soltero. Quizá estaban desde la infancia en mi cabeza. ¿Pero a quién pertenecen?