Ya se sabe que las novelas cuentan historias inventadas en el marco de la ficción. Pero también se sabe que algunas veces la ficción resulta ser más real que la propia realidad: «Mantener en equilibrio la balanza entre el mundo físico de la vigilia y la facilidad temible del sueño», escribía el poeta René Char. En ese equilibrio se deshojan las historias que cuentan las novelas.

Un buen ejemplo de ese difícil ensamblaje entre la realidad y lo inventado es Revolucionarios, la novela del escritor estadounidense Joshua Furst. El movimiento hippie de los años sesenta. El amor y la guerra. Las flores en los descampados de la Costa Oeste y los cañonazos en Vietnam. La música mezclada con el humo de los trenes en la guitarra de Woody Guthrie y los tiros que acaban con las vidas de Robert Kennedy, Luther King, Malcolm X y otros no tan conocidos activistas por los derechos civiles en la sociedad de aquel tiempo. Lo que quedó de aquellos años, no sólo en los Estados Unidos sino en el planeta entero. Lo que quedó de aquellos años.

El protagonista de esta historia se llama Lenny Snyder. Es un activista a horario completo contra todo lo que se mueve en el territorio de la acomodada sociedad americana en los años sesenta del pasado siglo. El movimiento hippie no era sólo haz el amor y no la guerra, ni predicar una paz que iba poco más allá de las buenas intenciones antibelicistas. Había una parte del movimiento que intentaba, de diversas maneras, la revolución. Y ninguna revolución ha sido cosa fácil para quienes la intentaron. Algunas triunfaron. Otras acabarían en una pesadilla en la que se les iba la olla a algunos de aquellos revolucionarios.

A Lenny Snyder le pasó más o menos eso. Y su final fue demoledor: se suicidó en 1989, a los 52 años. Ya era un juguete roto, entonces. Algunos lo consideraban un payaso, en el sentido menos noble de la palabra y el oficio. La historia la cuenta el hijo del activista, Freedom Snyder. Y no tiene pelos en la lengua cuando se refiere a su padre, al movimiento hippie, a los actores principales de aquel tiempo.

Pero Lenny Snyder no existió. Es el doble en la ficción de Abbie Hoffman, que fue el protagonista real de lo que se cuenta en Revolucionarios.

Lo mismo que Snyder, lo intentó todo y acabó convertido en un fugitivo huido de la cárcel por trapichear con drogas. Un final nada honorable para quien fuera uno de los más reconocidos activistas por los derechos civiles en los EEUU de aquellos años. En la novela salen personajes reales, y entre ellos destacan dos: Bob Dylan y Phil Ochs. Los dos músicos, los dos amigos hasta que un día Ochs le dice a Dylan que una de las canciones de Blonde on blonde es una mierda. Es poco amable Joshua Furst con el Premio Nobel de Literatura. «Se apuntan al espíritu de los tiempos mientras les sirve de algo, sacándole todo el partido que pueden, para su propio beneficio. Y, para cuando el resto de la gente se da cuenta de que se ha acabado la fiesta, ellos hace ya tiempo que se han marchado€ Dylan, ese astuto fanfarrón, pertenecía a esta clase de tipos». Ahí queda eso (y hay más), en las palabras del hijo de Lenny Snyder.

De toda la novela, me quedo con Phil Ochs, que hace de él mismo más que cualquier otro personaje. Es prácticamente el protagonista principal de la última parte de la historia. Nunca obtuvo un triunfo importante. Sus discos funcionaron poco o nada. Una canción extraordinaria contra la guerra, no sólo de Vietnam: I ain't marchin anymore, y otra que popularizó Joan Baez: There but for Fortune. Fue Phil Ochs un revolucionario. Seguramente el que más en aquella época de sueños rotos. Él mismo acabó colgándose en la casa de su hermana el 9 de abril de 1976, cuando sólo tenía 35 años. Por cierto, que sus hermanos organizaron un festival de homenaje en el Carnegie Hall de Nueva York, invitaron a Bob Dylan y aún están esperando la respuesta a esa invitación.

Salen los festivales de Woodstock, de Monterey, de Newport€ y cantidad de grupos como The Who, Grateful Dead, Doors y tantos otros que levantaron los andamios musicales para construir un tiempo lleno de éxitos y fracasos. Como en la vida misma, o sea, como en las novelas. Acostumbro poco a leer las que tienen más de doscientas páginas. Sin embargo, les aconsejo que si pueden no se pierdan la lectura de Revolucionarios. Pues eso.