El PSOE se equivocó. Y un error lleva a otro error. En vez de encomendar la candidatura a la alcaldía de Murcia a María González Veracruz, rebuscó entre el grupo de los adversarios de ésta y dio con José Antonio Serrano, un tipo cojonudo, un socialista de diseño, buenista, bienintencionado y sabrosón, tanto como desentrenado y sobrepasado por la misión encomendada.

Diego Conesa ganó a González Veracruz las primarias a la secretaría general por muy pocos votos, con la ayuda de Ferraz, como podría atestiguar el tercer candidato y actual portavoz del partido, Francisco Lucas, quien fue llamado a la sede central para que en la segunda vuelta de aquellas elecciones internas pusiera sus votos a disposición de Conesa.

Conesa ganó legítima y muy meritoriamente, claro, pero cometió el error de no integrar a sus oponentes. Las agrupaciones del municipio de Murcia se habían decantado mayoritariamente por González Veracruz, y ese dato debiera haber aleccionado al nuevo líder para lanzarla a la candidatura municipal. Primero, porque era quien mayor respaldo tenía entre los militantes locales; segundo, porque de esta manera la comprometía en el triunfo o en el fracaso electoral (no la dejaba, como hizo, de palomita suelta para recuperarse como alternativa cuando el proyecto Conesa encallara, como está empezando a ocurrir), y tercero, porque pocos de quienes siguen a pespunte la política regional dudan de que se trata de una política preparada y capaz, hasta el punto de que empieza a ser inconcebible que permanezca en la reserva sin que alguien pueda explicar la razón.

En vez de integrar a su competidora electoral y con ella al casi 50% del PSOE que la apoyó en las primarias, Conesa prefirió respaldarse en quienes en Murcia lo habían apoyado a él, jugando a mantener la fracción interna, y recabó en un mirlo blanco, Serrano, que debe ser instruido a diario por los viejos barones locales del partido, bien para que no meta la pata, bien para que, aun sin cualidades para tamaña exigencia, enseñe los dientes al popular José Ballesta, que se desenvuelve en este mandato como en el anterior con la tranquilidad de quien tuviera mayoría absoluta frente a una oposición sin horizonte, ocupada en las pequeñas cosas de la gestión y la notita de prensa.

Visto que no hay modelo ni perspectiva, que los socialistas no son capaces de dibujar frente a Ballesta un proyecto que se visualice como alternativo ni que se anticipe a la muy persuasiva máquina municipal, el PSOE ha decidido tirar por el camino de enmedio. En vez de hacer política, recurre a la denuncia judicial, y lo hace además tomando como referencia las hasta ahora infructuosas pesquisas del socio de gobierno del PP, el portavoz de Cs, Mario Gómez, lo que le obliga necesariamente a eludir el deber de oposición frente a éste, cuyos manejos para obtener una plaza en el SMS quedan amparados por la oportuna complicidad de los socialistas. Éstos ejercen la estrategia instrumental de cubrir a quien puede conducirlos a la pieza mayor, y en ese camino desvelan que no les preocupa la corrupción sino el poder.

Serrano, mientras tanto, ni aparece, por si la denuncia no prosperara, y utilizan al mencionado Lucas y a un desconocido Mármol para hacer como que hacen oposición. En el fondo, con este ruido intentan tapar el error de no haber hecho en su día el trabajo fino de la buena política. Un error lleva a otro y a otro error.

El club del arroz

Eran cuatro, siempre los cuatro. Mario, Banet, Jero y Puche. En Cs los bautizaron como El Club del Arroz porque es el menú que suelen elegir en sus reuniones. Banet, el abogado urbanista, asegura según quienes lo han escuchado que «todavía tengo que cambiar muchas cosas en el ayuntamiento de Murcia». Tengo, atención. Es el consejero principal del portavoz de Cs, y quien más le influye en la sombra, o quien lo maneja. Jero, portavoz de la Gestora regional, es uña y carne, y lo protege (y se protege de él) hasta tanto no se resuelva el Dedazo que establezca la nueva dirección, y después, ya veremos. Puche revolotea y mantiene a su familia en cargos, que es a lo que vamos mientras dure la fiesta. O el arroz.