Hay usos y costumbres segregadores que se perciben en expresiones discriminatorias como 'cosa de€' que parcela actividades en compartimentos estancos y establece tabús a priori. Es llamativa una excepción que para los que vivimos los años setenta resultará familiar: yo era entonces una niña, y doy fe de que el vino era, también, 'cosa de niños', pues lo tomábamos con frecuencia para merendar, regado en un trozo de pan sobre el que se espolvoreaba azúcar, por no hablar de la famosa Quina San Clemente («da unas ganas de comerrrr€», decía el anuncio televisivo), una especie de moscatel con el que las madres intentaban estimular el apetito de los desganados o enjugascados, añadiendo subrepticiamente una yema de huevo para incrementar sus propiedades nutritivas.

Pero hubo otro anuncio muy proyectado en la época, y era el del cognac Soberano. Había mujeres que tomaban cognac, pero no era lo habitual y se las miraba con recelo. Tal vez para evitarlo, en el conocido anuncio se canturreaba explícitamente un pegadizo slogan: «Porque Soberano es, Soberano es, es cosa de hombres».

Pero si la Quina San Clemente era cosa de niños y el Soberano era cosa de hombres, ¿cuáles eran las cosas de mujeres? Recuerdo que en primer curso de EGB tuve que cumplimentar una ficha con los datos personales de mis padres. Me surgió la duda en el apartado 'Profesión' de mi madre, que ella resolvió con un difuso «sus labores». Mi perplejidad ante tal denominación era aún mayor por la dificultad para entender esa tercera persona. «¿Las labores de quién?», le dije.

Comparto con mi hermana Manoli, artesana excepcional del crochet (Pizpireta Artesanía) el enlace a la artista rusa Yulia Ustinova, escultora e ilustradora que comenzó a tejer con cinco años y tiene una maravillosa colección de piezas únicas basadas en mujeres de redondeadas formas y expresiones alegres y despreocupadas. Me responde que es prueba evidente de que tejer no es cosa de abuelas, como muchos piensan, sino una técnica que está muy de moda cuyo valor radica en la satisfacción que proporciona al creador el dar forma a un objeto único y al comprador adquirirlo. Y es que, más allá de la indeterminación implícita en el sintagma 'cosas de mujeres', cuando se marca una división por edad ('cosas de abuelas') se alude a actividades que requieren tiempo y dedicación, como son un guiso a fuego lento, la costura o las labores de aguja, que tienen un extraordinario valor pero de las que se suele hacer poco aprecio.

De jovencita aprendí a bordar punto de cruz en casa de la señora Aurita, junto a un grupito de muchachas. Un sobrino suyo de unos diez años solía aparecer por allí con un trapo y una aguja, aunque no tenía sitio donde sentarse siquiera, y de cuando en cuando nos soltaba un entusiasta «¡qué bonitas son, madre!». Sin duda lo que a él le interesaba no era el bordado sino las bordadoras, pero resultaba motivo suficiente para salvar prejuicios.

Mi hija me pidió hace unos días que la enseñara a coser, y hemos cosido botones, dobladillos, zurcidos y hasta hecho ojales. Me encanta que no sienta que es una labor propia de su sexo, sino que por propia iniciativa quiera aprender a hacer algo que le interesa por razones prácticas o estéticas. Ojalá no influyera en nosotros a la hora de hacer ni de dejar de hacer cualquier cosa nada más que la libre voluntad, lejos de condicionamientos absurdos que no hacen sino entorpecer y limitar.