Si hay un mes en que la siesta alcance su pleno sentido ese es sin duda el mes de agosto. Esta costumbre 'typical Spanish' a la que tan irresistiblemente aprenden a entregarse los ocasionales turistas de nuestra piel de toro, tiene en la antigua Roma su origen, en la hora sexta, como muy bien reflejaron poetas como Catulo ( Carmina XXXII) u Ovidio ( Amores I 5) hace dos mil años, en sendas y sugerentes composiciones poéticas que nos describen a sensuales mujeres ( Ipsítila el primero, Corina el segundo), dispuestas a entregarse al goce del amor en esa hora mágica que el verano parece hurtar al tiempo de la rutina vital.

Abundan los traductores tanto de Catulo como de Ovidio al castellano, pero hay uno que me gustaría destacar, por cuanto además de filólogo clásico es excelente y laureado poeta: se trata del salmantino Juan Antonio González Iglesias, catedrático de Filología Latina en la Universidad de Salamanca. Además de magníficas traducciones de los versos de estos y otros poetas, González Iglesias tiene publicado un poema propio titulado Siesta en Cannaregio perteneciente a su poemario Confiado (Visor, Madrid 2015) del que entresaco los primeros versos:

Dos que se duermen abrazados, borran/ los problemas del mundo, no tan sólo/ los suyos. En su abrazo se contiene/ mucho más que ellos dos, en ese sueño/ „cuando el amante está junto a su amado„/ descansa el cosmos?

La almeriense Aurora Luque versiona y actualiza en su peculiar estilo en la segunda sección de su libro de poemas La siesta de Epicuro (Visor, Madrid 2008) bajo el título La biblioteca de Pisón el poema de Catulo haciendo destinatario de sus versos a un Ipsitilo en El poema de la siesta que así comienza:

Dulce Ipsitilo mío, te lo ruego, mi molicie, mi osezno, invítame a visitarte a la hora de la siesta...

Tanto en Luque como en González Iglesias encontramos la fusión entre lo antiguo y lo moderno y la constatación de la vitalidad y atemporalidad de nuestros referentes clásicos.

Pero son muchos los poetas que han dedicado versos a la siesta, no siempre desde el punto de vista erótico. Así tenemos el soneto del argentino Oliverio Girondo, Siesta, que escribió hace cien años durante una estancia en Sevilla, cuya primera estrofa representa plásticamente la esencia de la siesta en la calurosa tarde andaluza de estío:

Un zumbido de moscas anestesia la aldea./ El sol unta con fósforo el frente de las casas,/ y en el cauce reseco de las calles que sueñan/ deambula un blanco espectro vestido de caballo.

No quiero terminar sin traer a colación el poema de la murciana Magdalena Sánchez Blesa, en la que se refiere a lo efímero de la vida, al tópico del 'tempus fugit', y que comienza así:

Era la hora de la siesta / yo me dormí en el campo de batalla / Al cabo desperté confusa y sola / los busqué en su escondite / y ya no estaban / y mi casa lucía como el jaspe...

Bendita siesta, que viene a devolvernos el tiempo robado al sueño en jaranas nocturnas o nos proporciona el momento propicio para el amor o la ocasión para el descanso en medio de los tórridos días de verano en que el sopor se hace dueño de nuestros miembros, o, simplemente, es una más de las muchas metáforas de la vida.