Eran las ocho de la mañana del pasado sábado cuando llegué a Atocha para coger un tren rumbo a casa, En el andén a la altura de mi vagón había alguien que llamó mi atención. Me gusta imaginar las vidas de la gente mientras las observo y eso hice con ella.

Era una mujer rubia con un cuerpazo impresionante, con mucho rock n roll y que hablaba con alguien por teléfono. Pensé que había tenido una noche tórrida y se estaba despidiendo, pensé ojalá llegar a su edad y estar tan de puta madre (le echaba 48 años aprox.). Terminó de hablar, entró en mi vagón, dió unos pasos y se sentó a mi lado. La primera hora de trayecto en la diligencia (los trenes Madrid-Murcia son antidiluvianos, pero esto lo dejo para otro día) cada una fuimos a lo nuestro; ella estaba con su teléfono y yo con el mío, no interactuamos. Pasada una hora, el puto bicho es muy recurrente y fue el inicio de nuestra conversación. Nos sentimos cómodas desde que empezamos hablar y me contó que estaba empezando una nueva vida, se acababa de separar después de veintiséis años y dos hijos. Había empatía entre ambas y seguimos contándonos quiénes éramos, y ahí fue cuando la chica con tanto rock n roll que estaba conociendo me contó que el año pasado había tenido un cáncer de mama, estaba todavía en pleno proceso de reconstrucción por una mastectomía, llevaba peluca y no terminaba de encontrar su sitio. Aunque se lo dije, sigo pensando que ojalá ella viera a la mujer que yo vi desde que llegué al andén, pero entiendo que todos necesitamos tiempo y ella, ante lo ocurrido, más.

Quien me conoce sabe que este tipo de historias me suceden; quien no me conoce creerá que soy una intensa que ha desayunado un palé de teletubbis, pero me da igual lo que piensen. Nos dimos el número de telefóno y en cuanto volvamos a Madrid tenemos pendiente tomar unas cervezas, seguir contándonos la vida y en lo que pueda me encantará ayudarla y verla recuperada del todo.

Fue un regalo conocerla, su coraje, su fuerza, sus ganas, me siento afortunada porque estoy convencida que la veré comerse el mundo a sus 51 tacos. Desde aquí mi pequeño homenaje por echarle huevos a la vida y no conformarse.

Al resto debo decirles que, cuando la rutina les coma, recuerden que en un puto minuto todo se puede ir a la mierda. Hagánse un favor: relativicen y vivan.