Julio ha sido extremoso y enemigo, con olas de calor y acalorados oleajes de opiniones contrapuestas sobre la conveniencia o no de celebrar finalmente las autonómicas vascas y gallegas entre los rebrotes y los primeros confinamientos selectivos de edificios, barrios o municipios. De opiniones más enconadamente opuestas y furibundas sobre el anticipadamente indigesto (estaba aún sin hornear y ni siquiera había acuerdo sobre los porcentajes de dulce y de salado) pastel de cierva del Fondo Europeo de Reconstrucción que a saber cuándo y cómo llega, pues aún debe ser ratificado por el Europarlamento —opuesto a los recortes en algunas partidas que propuso Charles Michel para convencer a los 'frugales'— y por los distintos parlamentos nacionales después.

De opiniones adversas, por no decir contrarias y enemigas, sobre los presuntos delitos fiscales e infidelidades del emérito, contenidos en las grabaciones del turbio Villarejo a su examante y en las investigaciones del fiscal suizo. De opiniones, en fin, casi unánimemente condenatorias sobre el protagonismo temerario, insolidario, abiertamente desafiante en esta no-segunda ola, de buena parte de esos adolescentes y jóvenes que —una vez superado el fin de curso en el instituto o la universidad— se ha lanzado en tropel al desafuero etílico en locales o descampados, con la sola excepción inicial de quienes —por haberse postpuesto la selectividad— tuvieron que prolongar forzosamente el encierro algunas semanas más.

Y aun así, parecía que todo iba a calmarse, que se nos iba a quedar un agosto muy tranquilo, cada cual en su casa, trabajo o lugar de vacaciones, solos o en familia, sin mayor sobresalto que el diario recuento (ya nada novedoso, al contrario, tendente al irrealismo de lo que les pasa sólo a otros) de contagiados asintomáticos, enfermos, ingresados en la UCI, fallecidos cada vez más jóvenes... Parecía incluso que esto último, la incidencia cada vez mayor del virus en personas de cada vez menor edad y el consiguiente cierre sucesivo de garitos nocturnos o las limitaciones más o menos severas de sus franjas horarias de apertura, iban a ser las no-noticias del resto de este no-verano sin turistas de fuera, los 'wealthy foreign tourists' preferidos por todo emporio turístico mediterráneo o atlántico que se precie, desde Cadaqués hasta Hondarribia pasando —dicho sea en el sentido de las agujas del reloj— por Sitges, Ibiza, Benidorm, Torremolinos, Las Palmas, Tenerife, Punta Umbría, Fisterra o Santander.

Pero mira por dónde el Gobierno —o parte de él— ha decidido que Felipe VI mandara al emérito a pasear sus juveniles y nada achacosos 82 añazos por esos mundos, dizque para apartarlo temporalmente del 'foco mediático', y ha conseguido exactamente lo contrario: convertir el entero antiguo imperio de Felipe II en el tablero del juego del verano: «¿Dónde está Juanqui?».