Un aciago día se me ocurrió comentar de forma crítica en internet un artículo de opinión en un conocido periódico que se distingue por su identificación con el pensamiento mayoritario en nuestro país, claramente orientado al centro izquierda y al predominio de lo público sobre lo privado. Desde entonces decidí no publicar una sola línea más en la nueva normalidad online, tal fue el cúmulo de insultos y comentarios procaces que me cayó. Tan solo por no coincidir con la opinión establecida por el pensamiento único. No fueron las ideas que subyacían a los insultos, sino el tono de los comentarios lo que me decidió a adoptar tan radical decisión.

El odio existe desde que existe el ser humano. Si la Biblia fuera coherente con la realidad humana, probablemente contaría que Dios amasó el barro que conformó al primer hombre con un poco de odio para darle consistencia y no aburrirse con el devenir de la raza humana. Por decirlo cinematográficamente, decidió convertir un pacífico argumento de comedia romántica (Adán encuentra a su Eva) en una película de acción con violencia y muerte por doquier, como cuando tan solo una generación después, el inocente Abel sucumbió al guijarrazo de Caín.

Justo la misma historia, pero en este caso con protagonistas prehumanos y el añadido sonoro de Así habló Zaratrusta de Richard Wagner, que nos cuenta Stanley Kubrick en la secuencia de apertura de 2001, Una odisea del Espacio. Si la historia de Caín y Abel está escrita por los anónimos autores de la Biblia, la de 2001debe sin duda su inspiración a las teorías darwinistas de la supervivencia del más apto, aunque en este caso sea con la supuesta ayuda del 'deus ex machina' encarnado por los misteriosos fabricantes de (atención, spoiler) puertas interesterales con forma de monolito.

Porque ¿qué es lo primero que hace la banda de primates con su nueva adquirida chispa de inteligencia? Entender que los huesos de los animales muertos (especialmente los fémures) son una herramienta excelente para imponer su voluntad sobre el resto de bandas de primates y, de esta forma, sacar ventaja y asegurar la replicación de su carga genética justo hasta nuestros días.

Y digo hasta nuestros días porque es en nuestro tiempo precisamente cuando el odio que se refugia en el anonimato que proporcionan las redes sociales y los grupos de whatsapp ha provocado un estallido de violencia y la consagración de un nuevo perfil de ser humano que obedece a la denominación de 'hater' u odiador, en su traducción literal al castellano. Los ejemplos de odios cainitas entre grupos de humanos que desatan su odio sobre otros grupos de seres humanos abundan en la historia de la civilización humana. Casi cualquier cosa sirve para separarnos en tribus diferenciadas, y una vez establecida la diferenciación, las posibilidades de llegar a creer que los de la otra tribu son una amenaza y de allí a odiarlos con toda nuestra alma y de acullá a machacarles el cráneo con lo que tengamos a mano, van pequeños pasos que se pueden dar con bastante agilidad y premura.

Como en la secuencia de 2001, siempre hay quien encabeza la jauría y señala al enemigo a batir, una vez que se ha asegurado tener los medios para machacarlo y la justificación colectiva del grupo para legitimarlo. Y no hay ámbito que se resista a esta dinámica de radicalización en pequeños grupos que llegan a un consenso sobre a quien odiar retroalimentándose mutuamente antes de lanzarse a la persecución del otro sin piedad. Y como en las bandas de depredadores, cuanto más aislado y débil sea el enemigo, con más contundencia y saña atacará la jauría. Un ejemplo palpable lo encontramos en la dinámica en redes sociales de los seguidores de Unidas Podemos, manejada con absoluta maestría. Una vez que sus líderes señalizan el objetivo en el Congreso o en la cadena de televisión amiga, los odiadores vierten al unísono su bilis en corrosivos comentarios en Twitter básicamente, que destaca en esto como plataforma de referencia para las campañas de odio.

No por casualidad los medios de comunicación social siempre han tenido un papel en la dinámica del odio. Empezando por la prensa, que nació a partir del engrandecimiento de meros pasquines con libelos inspirados por el odio contra la autoridad dominante para convertirse inmediatamente en una miríada de periódicos fuertemente ideologizados, que constituyeron el paisaje editorial dominante del siglo XIX.

Las guerras mundiales (en realidad una gran guerra mundial librada en dos etapas diferenciadas con el epígono de la guerra fría) provocaron tal destrucción que el mundo tuvo que reaccionar y rebajar de alguna forma las tensiones a través de un fuerte esquema de cooperación internacional fraguado alrededor del invento de Naciones Unidas y otras instituciones globales. Ello dió lugar a un período de globalización con su inigualable secuela de progreso económico y social que finalizó con la abjuración de su papel de liderazgo por parte de Estados Unidos un aciago día del mes de noviembre de 2016.

De poco van a servir campañas como #stophateforprofit (#paralosbeneficiosdelodio) que promueve el boicot publicitario a las redes sociales como Facebook o Twitter hasta que no se establezcan políticas firmes de supresión de las publicaciones y comentarios que inciten al odio. Una campaña digna de apoyar a pesar de que sus recientes éxitos parciales, con más de cien grandes empresas suspendiendo sus inversiones, resulten empequeñecidos por el increíble potencial de resistencia que tienen las redes sociales con un modelo de negocio soportado por millones de anunciantes minúsculos enfocados en nichos locales y consumidores de productos muy especializados.

El odio es inherente a la condición humana, y cuanto más pequeño y coherente es el grupo de radicalizados odiadores, mayor potencial dañino tendrán. Se empieza por una cuevas en las montañas de Afganistán, se continúa con vídeos incitadores en la web oscura y se terminan con el asesinato de miles de inocentes en atentados terroristas. ¡Ojalá Dios hubiera escogido componentes más inocuos, como la plastilina y no el barro, para engendrar a los primeros seres humanos!