Y es que yo, citando o más bien contradiciendo a la grandísima Wolf, jamás me cansaré de llenar espacios vacíos con cosas que no necesito y personas que me gustan. Todo lo que tengo me recuerda un momento especial con alguien, y no necesariamente siempre es grato. Guardo cartas de desamor escritas por exnovios coronados que hoy serían pruebas irrefutables para condenar a más de dos por el vocabulario empleado. Guardo fotos de personas por las que me he dejado herir, guardo incluso el anillo de pedida para una boda que jamás se celebró y por la que lloré más noches que Sabina en su canción. Pero también, y sobre todo, guardo cosas bonitas. Conchas recogidas en preciosas playas cubanas, notitas escritas por compañeras de trabajo donde la despedida es un «te quiero», billetes de avión o de tren con el nombre de la persona a quien iba a visitar. Por guardar, guardo hasta el test de embarazo que un día por fin dio positivo y hoy se llama Bruno. Me gusta eso; almacenar momentos, recuerdos, situaciones... Después voy caminando y de repente me veo teniendo un ataque de risa que no siempre tiene explicación.

Hoy, miraba la descarga del Código QR guardada en mi teléfono y me ha venido el recuerdo de una especie de cita a ciegas. Les diré que no controlo ninguna red social de quedadas, aunque me parezca una forma igual de lícita que otra para conectar. La cita, a priori, era por motivos laborales, pero ha coincidido con la hora del almuerzo y ya me he quedado. Conforme pasaba el tiempo (minutos eternos) pensaba qué quién me habria mandado meterme en ese tinglado. No había hielo que romper, no se trataba de intimar. Aunque reconozco que sí me ha intimidado cuando empezó a comentar sus aficiones. Volar drones, el patinaje artístico y el estudio de sectas religiosas ¡ Ahí es ná! No imaginan el cuajo que tuve que sacar para aguantar las ganas de salir pitando mientras me narraba, apasionado, sus aficiones. Y es que, si algo bueno nos ha traído esta pandemia que vivimos ha sido guardar distancia y salir de cualquier lugar por la puerta grande porque tu cara de circunstancias va tapada con mascarilla. Así, sin necesidad de herir los sentimientos de ningún ser humano que ha pasado la barrera de los 50 y tiene un loro de compañero de piso.

Feliz día para todos, menos para los que andan escasos de sentido del humor.