De los primeros veranos que tengo recuerdo están aquellos en los que, siendo aún muy niña, seguíamos a mi padre por diferentes puntos de la geografía costera española, ya que él tenía pocas vacaciones, pero por suerte solía trabajar en zonas de playa levantando edificios. Así que mi madre, conmigo y con mi hermana (diecisiete meses menor que yo), se trasladaba durante quince días o un mes donde él se encontrase y no teníamos que esperar de semana en semana para verlo. Por suerte, con el tiempo, dejó de trabajar todo el verano y comenzaron las escapadas en familia en aquellos coches con las ventanillas bajadas y maleteros hasta arriba. Mis abuelos siempre venían con nosotros, por lo que tampoco íbamos sobrados de espacio.

Con la adolescencia, o casi, llegaron los veranos en pandilla, en los que montábamos en bicicleta, nos bañábamos en las piscinas y alargábamos las tardes hasta el fresco de la madrugada jugando en la calle entre confidencias y risas. También entonces aparecieron los amores de verano, tan efímeros como intensos, que en septiembre dejábamos de lado. Quien haya estudiado fuera de casa comprenderá que no hay nada como volver al pueblo por vacaciones. Además de que por aquel entonces el presupuesto no daba para más. Sin embargo, con el primer trabajo empiezan también los grandes viajes, con amigos o en pareja: París, Roma, Sicilia, Praga, Londres, Viena, Lisboa€ Y con ellos la ilusión de pasar medio año pensándolo y organizándolo.

Para mí estas vacaciones iban a ser diferentes. Con un bebé en la mochila el viaje no podría ser igual. Sin embargo, el pequeño ha sido nuestro menor problema este año a la hora de viajar. Y así para todos. Nunca estuvo Murcia tan bulliciosa un mes de agosto. Las restricciones, el miedo a poderse contagiar y la inseguridad de que te puedan confinar en cualquier lugar han frenado, en la mayoría, la necesidad de escapar y desconectar.

La situación nos ha devuelto a los orígenes, con vacaciones de casa en el pueblo, en familia, con barbacoas y siestas para descansar, en las que una piscina para montar se ha convertido en el mayor lujo para muchos y motivo de absoluta jovialidad. Aunque, como en mi caso, haya que entrar por turnos al baño y renunciar a cualquier brisa de mar. Se trata de disfrutar lo que tenemos y valorar lo que tuvimos y, espero, tendremos aún más.

De momento, este verano 2020 tendremos que reflexionar y regresar a lo que siempre estuvo y siempre estará.