El primer viernes de agosto se celebra, entre otras cosas, el Día Internacional de la Cerveza.

Los pueblos mediterráneos nos distinguimos por la celebración constante del 'savoir-vivre', y la lección número uno en época estival es la de sentarse en una terraza a degustar una bebida mientras se conversa sobre cualquier tema. La bebida en cuestión depende en parte de la hora del día, pero entre todas las posibles son el café y la cerveza las que se llevan la palma.

A mí personalmente no me suele sentar bien el café, de modo que lo evito desde siempre. En cambio la cerveza me sienta divinamente. Cuentan en casa que siendo apenas un bebé más de una vez mis padres me sorprendieron arrimándome a la copa de cerveza y paladeando la espuma sin hacer guiños mientras mi madre me tenía en su regazo tomando una tapa en un bar. Y no es que sea yo experta cervecera: no son de mi agrado las ecológicas, ni las 0,0. La cerveza, «muy fría y con mucho alcohol», como suele decir mi amigo Juamba, con quien tantas y con tanto gusto he tomado. Xibeca o San Miguel son las marcas que recuerdo de mi infancia. Ahora me decanto por Estrella de Levante siempre que puedo, preferentemente (es una manía, pero soy de rituales) de barril y en vaso ancho. Si además va acompañada por unas almendras, una marinera o un par de trozos de pulpo a la murciana, bocatto di cardinale.

Mi añorada Rosa Hernández señalaba la hora del Ángelus como el momento idóneo para degustarla haciendo un alto en las ocupaciones cotidianas, y me parece un 'terminus post quem' razonable. En su recuerdo más de una vez la he tomado a esa hora.

Hace más de dos mil años en la antigua Sumeria hubo mujeres responsables de elaborarla. También los egipcios apreciaron esta bebida, que conocieron griegos y romanos, pero consideraron inferior al vino, invento del dios Dioniso. En el siglo XI de nuestra era una monja benedictina, Hildegard von Bingen, extraordinaria polímata entre cuyos innumerables conocimientos se encontraban los de compositora musical, filósofa y herbalista, introdujo el uso de lúpulo para preservar la bebida y conferirle su amargor característico.

En el año 1692 a. C. el Código de Hammurabi recogía en su artículo 108 los castigos que se aplicarían a una mujer en caso de que consumiera vino de dátiles con sésamo (la cerveza babilónica). Afortunadamente hoy es posible disfrutar de una cerveza con independencia del sexo del consumidor, ya sea rebajada con gaseosa o refresco de limón, o 'a pelo'.

Puede que sea cosa mía, pero a mí me parece que las penas con cerveza se evaporan al menos por un rato. Si a ello se suman sus propiedades terapeúticas, como el ser beneficiosa para el cabello y las uñas, amén de un excelente diurético, su innegable incidencia en el aumento de la curva de la felicidad pasa a segundo plano.

Ayer cayeron varias en Cabo de Palos, con un grupo selecto de 'itinerantes', previas al caldo de Baco que regó al caldero del que dimos buena cuenta.

Y tú, ¿con quién la tomarás hoy?