Amanecer en la casa de La Roca viendo los restos de un castillo frente a ti no tiene precio. Como no lo tiene llegar aún a tiempo de volver a gozar de la lavanda con el color ya atenuado pero el mismo aroma, intenso e inconfundible, después de besar la provincia de Albacete, con mi proverbial despiste de herencia paterna, mientras charlamos del segundo cumpleaños de Pater (el gato que ha estado acompañando a diario durante parte importante de su primera vida a la gerente de Insignes en su peregrinaje laboral entre Lorca y Murcia haciéndole más llevadera la jornada). No es casual el nombre del felino, si tenemos en cuenta que la sede de una Escuela de Idiomas y más, única como su impulsora, María del Carmen Bernal Martínez, se encuentra en el edificio Silos (Padre Azor, 4), antiguo Granero Decimal restaurado con esmero donde también se encuentra el Pub La Abadía.

Llegando a Campos de San Juan, mientras tratamos magnis itineribus y con éxito, contra todo pronóstico, de llevarle la delantera al sol para poder disfrutar de su ocaso, comenzamos a ver el espliego a un lado y otro de la carretera, y enseguida los campos ya cosechados y los tractores que aún se afanan a esta hora en que acaba el día y el sol poniente se enfrenta a una luna casi llena.

Como niñas traviesas olvidadas de los achaques físicos y emocionales del medio siglo cumplido que llevamos a las espaldas, buscamos el punto idóneo para poder tocar la luna. Reviso rápidamente las instrucciones de mi EOS 7D para mejor inmortalizar este momento único en el instante en que Inés reclama nuestra presencia. Una impresionante araña escritora (argiope aurantia) pone punto final a la demora, y, atravesando Zaén, nos dirigimos a Benizar, a las Casas de los Abuelos, donde nos aguarda una deliciosa cena al aire libre en inmejorable compañía. Allí, en el Cortijo Del Villar (Carrera Santa Bárbara 15), al amor de la amistad y de fragantes dompedros con sus mil nombres abiertos a la noche (que en un ramillete lleva en la mano durante toda la velada Mari Carmen, la mayor del grupo, una mozuela nonagenaria de humor y vitalidad envidiables), bromeamos, tras el lambrusco, entre sorbos de infusión, y nos quedamos con las ganas de probar la de amapola, que elabora Rosa, experta conocedora de flores, hierbas y brebajes, como sus hijas, Aurora e Inés. También presentes sus nietas, Andrea e Irene, tercera generación de Montoya-Martínez (con su parte innegable Victoria), nos regalan su joven compañía, dejando patente el rápido transcurrir de la vida y cuánto merece la pena vivirla.

Dormimos poco, reímos mucho, y nos despertamos tras el breve sueño con la conciencia de que nos espera la vida real, pero con energías renovadas después del desayuno ponemos rumbo hacia ella desandando el camino y soñando con una reparadora y merecida siesta y con que haya muchas más ocasiones de, compartiéndolos, dividir pesares y multiplicar alegrías. Y en el corazón el recuerdo de los que se han marchado pero nunca se irán.

Queda pendiente la tentadora y generosa propuesta de Manolo, único varón en medio de tanta mujer, de llevarnos a conocer la Poza de las Tortugas. Habrá que volver pronto.