He vuelto a Madrid hace un par de semanas después de bajar a Murcia a ver a mi familia tras la pesadilla del confinamiento. Solté la maleta y puse el aire acondicionado porque la casa, después de estar cerrada tres semanas, semejaba un horno crematorio; eran las doce de la noche pasadas, estaba agotada, así que tras enfriar la casa me metí en la cama y en el silencio de la noche empecé a escuchar un ruido.

Les confieso que mi relación con los bichos no humanos no es cordial y me dan bastante asquete, así que imaginen cómo me levanté y fui andando sigilosa, con un zapato en la mano, hasta abrir la puerta de donde procedían los ruiditos.

En el fondo de armario un pequeño rabo se movía dentro de un paquete de pasta y entendí que se venía noche en vela porque iba a ser incapaz de matar a lo que parecía un ratón.

Pensé en la peli de Ratatouille y la ternura que me producía, así que sin histeria vacié el armario y muerta de sueño dije: mañana será otro día. Las buhardillas molan mucho, pero albergan horrores.

Al apagar las luces, el cabrito volvía a campar a sus anchas por el armario, y pensé: es un puto ratón, no te va hacer nada, mañana solucionas esto.

A las 10 de la mañana estaba en la droguería del barrio pidiendo el veneno más letal y tras una master class volvía a casa con dos cepos. Solo de pensar en oír a Ratatouille atrapado por el cepo me daba una pena que no podía soportar pero esto es como la película Los Inmortales: solo puede quedar uno.

Han pasado dos semanas, los cepos siguen y no hay rastro de Ratatouille. Si les soy sincera pienso a menudo que mejor que se haya ido, porque no sería capaz de coger el cepo con el cadáver de Ratatouille tieso, o peor aún, escuchar cómo queda atrapado.

Pero por si no tenía suficiente, mientras esto pasaba he sido víctima de una picadura de araña, dos mordiscos en la pierna y una en el brazo. Me miro en el espejo y extiendo las muñecas a ver si pasa algo al más puro estilo Spiderman, pero por el momento sigo teniendo tres dioptrías y no puedo trepar por las paredes.

Lo de vivir en una buhardilla de un edificio de 1850 suena romántico pero si acabo soltando telarañas por las muñecas les avisaré.

Continuará.