Ante sucesos como el ocurrido el sábado pasado con la muerte de un trabajador del campo por un golpe de calor tras ser abandonado inconsciente, como un bulto inservible, A la puerta de un centro de salud en Lorca, no cabe otra cosa que una reacción social de indignación y la exigencia, hasta el final, de las responsabilidades oportunas. Reacción para contrarrestar la ola de xenofobia que nos invade alentada por responsables políticos que encuentran en el extranjero el objeto en el que descargar su incompetencia y mediocridad.

A nivel cotidiano, considero preocupante la escasez de referencias a las personas inmigrantes como ciudadanos/as. Rara vez pensamos en ellos como personas con derechos y deberes, siendo frecuente considerarles mercancía útil desde el punto de vista laboral y económico, personas anuladas desde el punto de vista social y del derecho, e inexistentes desde el punto de vista cultural y humano.

Pero no solo se trata de cambiar nuestra actitud personal, cuestión necesaria, pero insuficiente, sino de transformar también toda una estructura laboral y económica que alcanza las más altas cotas de precariedad y explotación en un modelo productivo expresión del capitalismo más salvaje.

No puede calificarse de otra manera a un sector cuya fórmula de contratación está dominada mayoritariamente por las ETTs, que no se caracterizan precisamente por ser adalides del respeto de los derechos de los trabajadores/as, o se basa en un sistema decimonónico del que son testigo las madrugadas de muchas plazas de nuestros municipios a las que llega el manijero de turno, generalmente también inmigrante, para subastar los puestos de trabajo en las condiciones que él impone, mientras los auténticos responsables quedan al margen. Un sector que ostenta, además, un alto índice de accidentes laborales mortales por efecto de las altas temperaturas, totalmente evitables.

Por otra parte, los propios sectores laborales en los que se encuadran la mayoría de la ciudadanía inmigrante ya constituyen un factor de exclusión en sí mismo: son las tareas a las que hemos renunciado pero que, sin embargo, consideramos imprescindibles, tales como la recolección en la agroindustria intensiva o los cuidados de nuestros mayores.

Pero lo que no tiene justificación alguna es el trato inhumano y degradante que sufren muchos trabajadores/as inmigrantes en el tajo y del que se quejan continuamente. En el caso de Eleazar Blandón, dicho trato le ha costado la vida.

Que no sea en balde.