Sí, en semejante loable empeño anda la inefable (sólo el tiempo dirá si digna) sucesora de Aguirre y sus batracios: la de diferenciar a los piltrafillas seronegativos de los bendecidos con los preciados anticuerpos tras haber superado la enfermedad (ella al frente), proveyéndoles de ese pasaporte de inmunidad que les abra de par en par las puertas de cines, gimnasios, empleos y cualquier otra cosa incluida en el vago «para lo que sea» con que remataba el pasado viernes su enésima refutación de sí misma.

Lo demás andamos, mientras, tratando de entrañar y hacer mecánicos, involuntarios, gestos y gestualidades que hasta anteayer nos parecían desquiciantes paranoias propias de gentes del Extremo Oriente, como llevar mascarilla, lavarnos/limpiarnos con gel hidroalcohólico las manos al entrar y/o salir de cada establecimiento lúdico o comercial al que acudimos, o saludarnos chocando los codos o con una sonrisa y un leve movimiento de cabeza. Y vamos viendo cómo nos visten el lenguaje de eufemismos y tropos para referirse a las extrañas realidades que de un día para otro se han enseñoreado de nuestra realidad más cotidiana, tiñéndola de imposibilidades y de límites.

Se habla de 'los empresarios', de 'los trabajadores', de 'los Ertes', de 'los políticos', así, en general, sin establecer diferenciación alguna entre buenos y malos empresarios, entre buenos y malos trabajadores, entre buenos y malos políticos; establecer diferenciaciones y atender a matices es contrario a las maneras e intereses de la bestia neoliberal desde sus mismos orígenes, que muchos se empeñan en situar a principios del XIX pero hunden sus raíces en los oscuros imperios de la protohistoria.

Se nos habla de 'nueva normalidad' y de 'reconstrucción' obviando la evidente contradicción, porque lo nuevo no puede, por definición, reconstruirse, solo construirse. De 'nueva normalidad' para referirse al miedo normalizado, al recelo sistematizado hacia el semejante. Y de generosos fondos europeos para la reconstrucción, cuyo otorgamiento y recepción llevará implícita una 'condicionalidad', lo que quiere simplemente decir que a cambio de esa ayuda a todas luces imprescindible nos veremos obligados a llevar a cabo reformas que profundicen en la deriva neoliberal que es santo y seña de esta falsa Unión Europea que está construyéndose (¿recuerdan la divisa del despotismo ilustrado?) de espaldas a los ciudadanos. Deriva neoliberal (de un estado que constitucionalmente se define como «social y democrático de derecho») más o menos tímidamente iniciada por González y Aznar en los años 90 del pasado siglo, y salvajemente continuada, primero (a regañadientes) por Zapatero y a renglón seguido (ya con todo el entusiasmo del converso) por Rajoy a partir de 2010.