En la pedanía murciana de Cobatillas se encuentran los cabezos de El Cuello de la Tinaja, de la Raja, y de las Tres Flechas, espacio reconocido desde 2000 como Zona Arqueológica por decreto del Consejo de Gobierno de la Comunidad autónoma por haber sido sede de poblamientos argáricos e ibéricos. A los pies del más alto de ellos, de 312 metros de altitud, el Cabezo Bermejo (llamado de la Raja por la vistosa fisura que se aprecia en la parte más cercana a su cima, desde la ladera que da al vecino pueblo de Santomera) tenemos los cobatilleros el camposanto del pueblo.

Situado en un lugar privilegiado en la zona más apartada, rodeado de limoneros, transmite una agradable sensación de paz. Su disposición es cuadriculada, con calles que se cruzan paralela y transversalmente, y es en la de San Juan donde se localiza el modesto panteón familiar a través de cuya puerta de cristal muestra un pequeño altar sobre el que mis abuelos maternos sonríen desde sus fotografías, esperando con la paciencia infinita que sólo pueden tener quienes se encuentran fuera del alcance de la tiranía del tiempo, a que vayan llegando los que hayan de llegar.

Mis planes son que allí queden depositadas algún día mis cenizas (pues no me seduce la idea de ser esparcida al viento), y que me acompañe la ofrenda de las fragantes flores de un jazminero. Por más incorpóreos y ubicuos que nos tornemos los seres humanos tras la muerte, que exista un lugar donde poder acudir a rendir homenaje a la memoria de los seres queridos no es asunto baladí. Bien lo saben aquellos que, por desgracia, han perdido a alguno de los suyos y desconocen el sitio donde se hallan sus restos. En mi adolescencia (no sé si aún) solíamos acudir en pandilla a su puerta a contar relatos las noches de verano atraídos por el tabú de lo prohibido y tal vez por el morbo que lleva implícito la muerte.

Desde la Antigüedad las inscripciones fúnebres y epitafios han recordado el insoslayable tránsito de este mundo al más allá, y en las puertas de los cementerios, frontera que es posible franquear en ambos sentidos por parte de los vivos, advertencias al caminante a menudo evocan de forma explícita el 'memento mori'. Muchos son los que he visitado a lo largo de mi vida y muchas las inscripciones fúnebres (latinas y en lengua romance), que he leído y he tratado de descifrar, pero mi primer recuerdo de infancia me lleva a la puerta del cementerio municipal de Loja, el pueblo natal de mi padre, en Granada, donde se advierte al caminante con estas palabras anónimas, siguiendo una tradición literaria que recorre la historia de la Humanidad:

Detente, para, incauto caminante,

mira al mundo, sus pompas, sus riquezas,

sus delicias, sus glorias, sus grandezas,

la hermosura y la gala más brillante,

mira al rico que triunfante

del poder hace alarde de nobleza

¿Lo has visto ya?

Vuelve, pues, la cara,

entra y verás en lo que todo para.