Hace tiempo me ronda la idea de visitar a un vetusto habitante de nuestra región, el pino de las Águilas, en el paraje de la Bermeja del Campo de Cagitán, en Mula, y allí, en compañía de un buen amigo, encamino mis pasos.

Se trata de un pino carrasco del que dicen es el ejemplar más grande (6,41 metros mide su perímetro) y antiguo del mundo, al menos que esté documentado. Un cartel indicador nos informa de que se calcula que nació en torno al año 1703, en plena guerra de Sucesión a la Corona de España, que finalizó con la implantación definitiva de los Borbones.

En su frondosa copa se han guarecido distintas aves, águilas entre ellas, de donde le viene el nombre, y a su sombra se han cobijado pastores y ganado, como nos cuenta Virgilio se recostaba el pastor Títiro bajo el haya en aquel memorable y eufónico verso primero de su primera égloga: Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi€

Para llegar es preciso atravesar un estrecho camino de tierra entre viñedos, y tras cerca de dos kilómetros recorrer a pie unos trescientos metros por medio de las vides, que en este momento muestran sus racimos polícromos. Aquí y allá matas de cardos ponen su toque ocre y árido al paisaje que contrasta con el verde intenso de los pámpanos.

Si desde lejos ya destaca la imponente figura del pino solitario dominando el panorama, a sus pies resulta verdaderamente fascinante. Cautiva su porte (en torno a los 25 metros de altura), el tamaño de sus ramas (su copa tiene una superficie de proyección de más de 500 metros), y la ausencia de las que un día fueron y ya no están. Hay vida en él, incluídos los xilófagos que de él se alimentan excavando galerías que amenazan su supervivencia. Sus ramas trazan un perímetro que favorece el hábitat de todo un ecosistema, rodeado a su vez por una valla que pretende protegerlo y disuadir del acceso, no del todo obstaculizado, pues el cerco es bajo y está vencido en uno de los laterales.

Pero si ya resultaba magnífica la contemplación del propio árbol, presenciar la puesta del sol a su través fue un espectáculo sin parangón.

Parecía como si un incendio se hubiese declarado y todo un bosque ardiera sin consumirse. De nuevo evoco la égloga virgiliana, y escucho a Títiro haciendo que en el bosque resuene el eco del nombre de su amada Amarilis: tu, Tityre, lentus in umbra/ formosam resonare doces Amaryllida silvas.

Otros pinos similares y cercanos al de las Águilas, pero no tan antiguos, han claudicado al azote del viento en su segundo centenario, como es el caso del de la Celia, que cayó en marzo de 2014. A principios de 2017 le tocó el turno al de la Osamenta, en Bullas. Sus 20 metros de altura y el excesivo peso de sus ramas terminaron por vencerlo. No mucho después caía también en Mula el almez del Niño.

Esperemos que el de las Águilas continúe sobreviviendo a muchas generaciones de humanos, y a muchos vientos y tormentas testimoniando la portentosa lucha de fuerzas de la Naturaleza.