A veces uno tiene una imagen de sí mismo que no corresponde, del todo, con la que tienen los demás. Y lo difícil es determinar cuál de las dos versiones está menos distorsionada. Por uno lado, todos tendemos a deformarnos: en el caso de los más optimistas acentuando las virtudes como si fuesen el todo; o valorando únicamente los defectos, los más pesimistas. Con lo que nuestras apreciaciones suelen estar un poco desvirtuadas (también he conocido casos en los que la distorsión es titánica siendo, además, proporcional al ego). Por lo que respecta a las de los demás, siempre serán sesgadas. Uno nunca se expone del todo.

Mantengo aún un par de amigas de la infancia, de esas con las que has pasado de compartir almuerzos en el recreo a cervezas en la madrugada, y ahora algún que otro mojito de tarde, cuando las obligaciones maternales lo permiten. Somos un grupo como aquel que formaban las fabulosas chicas de Sex and The City, no por las opciones de visitar clubs de moda y coleccionar tacones con precios de infarto, pero sí en lo heterogéneo de nuestros perfiles, caracteres y vidas. Sin embargo, pese a las diferencias, poco les habré ocultado, mucho me conocen, incluso aunque calle, y en nada me he sentido jamás juzgada.

Mari Carmen siempre fue la más sensata, racional y, posiblemente, la más responsable. Rebeca conmigo ejerció de madre. ¡Cuántas chaquetas me habrá obligado a llevarme! Y yo para ellas seré eternamente 'la cabeza loca', como aún me llaman. Y reconozco que algún mérito habré hecho para ganarme el sobrenombre. Sin embargo, con los años y el bebé, yo me sentía ahora mucho más cambiada. Las obligaciones y los cargos en el trabajo y la maternidad me hacían sentirme mucho más responsable.

Y así se lo confesaba hace tan solo unas semanas. Les decía que incluso ahora me sentía 'una ama de casa'. Pero esta definición de mí misma les pareció totalmente disparatada. «¿Una ama de casa? Pero si no sabes cocinar, te planchan y ni sabes cuál es la medida de un juego de sábanas». Y todas esas acusaciones son ciertas, así que rebatí su argumento asegurando que durante unos días había sido madre de familia numerosa (con mis sobrinos en casa) y me contestaron que lo que yo era es una superviviente de fin de semana. Y tendré mucho o algo de ambas, pero lo seguro es que las personas somos más una suma de impresiones que una versión individualizada.