Ya está aquí agosto, el gran mes de las vacaciones generalizadas, de las ciudades sin gente, de las costas llenas de guiris llegados de vaya usted a saber qué rincón sombrío de la Europa profunda. En unas zonas, electricistas ingleses, mecánicos alemanes o administrativos belgas, se quemaban, literalmente, al sol y agotaban las cervezas vestidos con bañadores discutibles en cuanto a colores y formas.

En esos mismos lugares, jóvenes extranjeros, rubios como la cerveza, quizás debido a los litros que se tomaban al día, y, sobre todo, por la noche, cuando jugaban a tirarse a la piscina del hotel desde la terraza de su habitación con diversos resultados que más vale no enumerar aquí. En una discoteca de un poblado de la costa unos holandeses bailan con una copa en la mano, el bañador todavía mojado y unas chanclas llenas de arena. Tres niños miran con cara de sueño a sus padres que también bailan, mientras el padre les grita con la lengua estropajosa que están de vacaciones y que disfruten.

En otras zonas de las costas españolas, en agosto, también hay extranjeros que disfrutan de la playa, de la piscina, del spa y del masaje de glúteos. Estos son los jefes de los de arriba, y algún moro Muza, quizás gobernante de su pueblo con amigos influyentes aquí, que se ha traído al servicio, a la esposa y a 103 concubinas, que menudo lío de concubinas, oiga. En estos resorts, las mujeres de los europeos de altísimo standing llevan bañadores de lentejuelas y pareos que ondean al sol.

Están casi todas operadas del rostro y de las tetas y esto da lugar a que muchas parezcan primas las unas de las otras, dada la fisonomía, creada en serie a base bisturí que trata de enmendarle la plana a la edad y al desgaste propio de la vida. Los más poderosos solo aparecen cerca del mar cuando el sol se pone, para ir a cenar a un restaurante a tomar huevas de cangrejo o cojoncillos de langosta, macho, claro, a 250 euros el menú degustación, la cama aparte. El resto del día se lo pasan cerca de la exclusiva piscina, servidos por camareros atléticos y camareras jóvenes, todos y todas haciendo 4º de Medicina, 3º de Derecho, o quién sabe dónde.

Mezclados con este personal, procedente de todos los rincones del mundo, que se dejan una pasta aquí, bendita sea, están los españoles. La cosa va desde la familia que ha ahorrado todo el año para unas vacaciones en un apartamento, hasta los mismos poderosos que pueden permitirse tener un barco con tripulación e irse a las islas griegas a hacer lo mismo que harían en Ibiza, incluso el griego. Mirando las playas, enseguida sabes quiénes son españoles y quiénes no, entre otras cosas porque generalmente no somos rubios como la cerveza, y, también, porque se nota nada más vernos. Tenemos un no sé qué que nos hace que sea imposible que nos confundan con un noruego, y no voy a poner a explicar ahora cuáles son las diferencias por si me llevo algún cocotazo.

Todo lo que está escrito arriba se corresponde con lo que he visto con estos ojos que se ha de comer la tierra, y lo he puesto aquí para recordarlo, para traer a mi memoria esos agostos llenos de alegría, de gente disfrutando, cada uno como se lo permitía su situación económica o personal. Los agostos han sido siempre la época del descanso, de la alegría, de las cenas con amigos, de los chiringuitos de playa, de los niños libres corriendo a su aire, viniendo a la casa para comer y poco más. También era en agosto cuando había tiempo para visitar amigos y familia, para reunirse a comer un caldero, o hacer una barbacoa por la noche e invitar a los vecinos.

Pero ha llegado este agosto, tan distinto. Este es un agosto de huir de los demás, de separarte de ellos, de ponerte una mascarilla, de no salir a sitios donde haya mucha gente, de ni siquiera poder reunir a la familia sin son más de diez, porque hasta podrían multarte. Es un agosto que nos da miedo, que lo sentimos dentro como algo incierto, inseguro, para estar en tu casa, lo más solo posible. Y tratamos de mantener la alegría y a veces lo conseguimos, pero este, señoras y señores, es una putada de agosto, con perdón.