Quería buscar una historia chula para mi última columna hasta septiembre, un final feliz. Pero como las circunstancias, este año, son algo distintas, no he encontrado ninguna historia especialmente inspiradora. Hombre, sí que tenemos las heroicidades que nos ha traído la pandemia, pero ésas yo creo que desaniman más bien, habida cuenta de que la pandemia, por ahora, nos está ganando terreno y que seguimos sin saber ni por dónde viene. Así que he recopilado una serie de opiniones y de vaticinios, unos más agoreros que otros, que a mi modo de ver resumen el estado de ánimo que tenemos los ciudadanos de a pie.

«Conoce a tu enemigo, y conócete a ti mismo» es el mandamiento de cabecera de El Arte de la Guerra de Sun Tzu, ese libro milenario cuyo objetivo es enseñar cómo ganar sin combatir. Cómo elegir el momento o la estrategia adecuada para ir a la guerra sin salir trasquilado ni desperdiciar tus fuerzas. Más de uno le podría echar un vistazo.

La cosa se está poniendo más que seria viendo que la segunda oleada está ya aquí y que nos ha pillado igual o peor que la primera. Antes estábamos con el Resistiré y con los aplausos. Pero es una evidencia que la pandemia es más grande de lo que creíamos, y que, observada de forma global, tiene varias caras que la hacen letal y realmente peligrosa, no sólo por sus consecuencias clínicas: la hecatombe económica, social y psicológica que trae consigo es realmente una amenaza para todos, tanto para los que resulten contagiados, como para los que sean inmunes de uno u otro modo. En otras palabras, quien no muera de coronavirus parece que o bien verá su economía caer en barrena, y esto es aplicable a la población activa y a los jóvenes, o bien antes o después caerá en apatía y depresión, por el aislamiento social y por la incertidumbre y confusión que genera todo esto, que ataca de lleno a jubilados y a personas dependientes. Llama la atención que nuestros dirigentes no vean eso. O a lo peor lo ven perfectamente. Hay un sector que, incluso, dice que este escenario catastrófico, que objetivamente es el peor de todos, es algo perseguido y buscado deliberadamente, precisamente por nuestros gobernantes. Mi yo más optimista se niega a creer esto.

La opinión que más puntos ha ganado para mí, de todas las que he oído, es la que sostiene que el virus, si bien es verdad que existe y que su amenaza es innegable, es en realidad una tapadera, una cortina de humo para justificar la crisis económica y política que existe, desde hace tiempo, a nivel global. Se echa la culpa al virus de todo lo que está pasando, cuando lo es en realidad de la pésima gestión, desde hace años, que se ha hecho de la economía y de la política.

Quien me ha ilustrado sobre esto sostiene que ha habido antes otros virus (el sida, por ejemplo, o el ébola), que no han supuesto una amenaza global. Se les ha ido estudiando y combatiendo, y han causado estragos, pero nadie se ha visto obligado a cerrar comercios ni a suspender colegios.

La amenaza del coronavirus es real, pero lo cierto es que ha evidenciado la parálisis mental de los políticos, incapaces de funcionar de otro modo que no sea el piloto automático. Salvo honrosas excepciones, por ejemplo la de la Patricia, la alcaldesa de Archena, que organizó tests masivos para todos los archeneros, la tónica general ha sido la incapacidad total para hacer algo.

Lo del comité de expertos, que al final resultó fake, ya que estaba formado, escasamente y en el mejor de los casos, por el ministro Illa, por Pedro Sánchez y por Fernando Simón, lejos de parecerme escandaloso, es sencillamente un ejemplo de hasta qué punto se ha improvisado y, por qué no decirlo, mentido, a la población. Un ejemplo de cómo no se sabía qué hacer, ni cómo, ni dónde. Y de ahí no nos movemos. El asunto es tan grave que ni siquiera el mantra de que España no se merece un Gobierno que mienta, cabe ahora, porque seguimos en el sálvese quien pueda.

Pienso en lo que decía Goethe: no nos debe abatir el hecho de que nuestros antepasados hicieran cosas notables, sino que ha llegado el momento de que nosotros hagamos acopio del valor y coraje necesarios para hacer, a nuestra vez, algo también notable, de forma que seamos un ejemplo para las generaciones venideras. Hacer frente al virus es lo que nos ha tocado, y es nuestro turno para decir a las siguientes generaciones que, con nuestro esfuerzo, sobrevivimos.