No podemos vivir sin cultura, en primer lugar porque es el marco de comprensión de nuestras sociedades, nos proporciona identidad y desarrolla nuestras capacidades como humanos. Durante el confinamiento la cultura ha demostrado ser un bien de primera necesidad: leer, ver películas, series, oír música, visitar virtualmente museos ha ocupado gran parte del tiempo del confinamiento de los españoles. Y en este tiempo la cultura también ha demostrado ser solidaria, ha aportado entretenimiento, formación e incluso aliviado situaciones de soledad y estrés. El observatorio de la Fundación Contemporánea declara que un 73%, de las organizaciones culturales puso en marcha actividades durante el confinamiento, de las cuales un 62% ha ofrecido contenidos digitales gratuitos y un 19% ha desarrollado actividades solidarias.

Cuando el mundo real ha echado la persiana, el virtual ha abierto sus ventanas. Durante el confinamiento el número de usuarios sólo de la web del Museo del Prado se ha incrementado en un 258% hasta alcanzar los 2.184.000. Dos millones de usuarios visitando virtualmente el Museo del Prado es una cifra inaudita. Datos parecidos arroja el libro electrónico con incrementos del 50% en la venta de 'ebooks' y una subida del 30% en el tiempo que los lectores pasan en plataformas especializadas. En la industria del libro, como señala el gremio de editores, en las últimas semanas se ha avanzado una década en la evolución de los indicadores de digitalización de la cultura.

Sin duda, el sector que más ha aumentado su consumo han sido las grandes plataformas que alojan contenidos audiovisuales: Netflix, Spotify, Amazon, HBO, Filmin, Youtube que han multiplicado por 300% su número de usuarios. La cultura digital se impone, evidentemente, la situación social la propicia. El problema es si acabará monopolizando todo el sector o dejará alguna parcela a la vintage cultura material. Hace poco un amigo me recomendaba una serie, Colapso, sobre nuestro sistema de producción: «No te la pierdas, es buenísima, está en Filmin…», y citaba la plataforma de distribución en la que se alojaba la serie. Ninguna información sobre el director, el guionista o los actores. En este sentido estas plataformas son grandes depredadoras de toda la cadena del ecosistema cultural.

Además de la producción (obligan a grabar con sus cámaras y sus formatos), la distribución y el consumo, monopolizan también la creación. En ellas el autor ha muerto y esta vez de verdad, no sólo en términos filosóficos.

Las grandes plataformas tecnológicas nacieron a finales del siglo XX en Silicon Valley como un modelo de negocio de alojamiento y distribución de productos de venta, modelo contenedor o economía del contenedor, y con una vocación global pues todas ellas responden al comercio mundial, cuyo marketing se basa en arquitecturas algorítmicas que van directas al deseo de cada uno de sus posibles consumidores. La materia prima extractiva de estos monopolios son los datos, con ellos trabajan para establecer redes que comparten esta materia prima con fines comerciales. Nick Srnicek, en su obra Capitalismo de plataformas analiza el funcionamiento de estos mundos.

Si un etnógrafo del futuro quisiera investigar la cultura en los comienzos del siglo XXI, le bastaría con una batería y un soporte para reproducir contenidos de Youtube, Netflix, Amazon, Facebook o Twitter. Es claro que la vocación monopolista y global de las plataformas es depredadora con el comercio local y con el pequeño tejido cultural que no puede competir con ellas. Las librerías han sido las primeras víctimas de Amazon. Esta gran plataforma actúa como una especia de Aleph borgiano que contiende todo los relatos posibles de la historia humana. Jorge Carrión en su libro-manifiesto Contra Amazon, advierte de los peligros de este gran monopolio, entre otras, la pérdida de músculo social y tejido comunitario. La cultura nos cohesiona como grupo.

Pero el hecho es que durante el confinamiento y el estado de pandemia mundial, los lugares tradicionales de la cultura: salas de conciertos, espectáculos, música, cine, galerías, museos, librerías, etc. han cerrado, y/o reducidos sus aforos y esto estrangula toda la cadena productiva de la industria cultural, desde los creadores hasta los consumidores. En esta situación, la cultura digital y las plataformas de alojamiento de contenidos han resultado ser una buena salida a la crisis de la industria cultural y a la no menor crisis social del aislamiento.

Una situación que nos enfrenta a una gran paradoja: que un virus y su propagación pandémica en el mundo real nos haya aislado y obligado a vivir físicamente en el mundo digital.