Un conocido mío, hindú él (no se extrañen, en mi pueblo hay muchos), un día me aborda con una pregunta que me descolocó: si yo creía en la doctrina de la reencarnación. Tras pensármelo, le contesté que si él lo creía, no importaba lo que opinase yo, puesto que cada cual se crea su propia realidad, o algo muy parecido. Y como se quedó también un poco en suspenso con mi respuesta, le aclaré que yo no negaré nunca ninguna posibilidad, siempre que no ataque la más básica y elemental lógica, y aún y así, siempre existirán fundadas dudas razonables.

Lo que se entiende como normal o no es algo tan evasivo como unas arenas movedizas, porque, con sinceridad, ¿qué es la normalidad? Un concepto etéreo que varía según cambiamos nuestra propia realidad, por dar la misma explicación que le di al amigo hindú. Y porque es el único ejemplo, en el que, en ese sí que sí, yo creo profundamente: cada cual crea aquello en lo que cree. Y eso lo hacemos, tanto individualmente, como todos, colectivamente, en conjunto, lo que llamamos 'sociedad', según tendencias, dogmas o creencias, independiente de la falsedad o veracidad de los mismas. Y cada cual, o cada grupo, se fabrica su propio cielo o su propio infierno, según su propio credo.

En la Historia Comparada de las Religiones se afirma que la reencarnación es una creencia mucho más antigua que las modernas conocidas como 'las religiones del libro', por lo que la católica, ante la posibilidad de una mejora por errores cometidos en la vida, sin más penas que revivir experiencias correctoras, frente a la suya de castigo eterno (infierno) por el pecado, tuvo que inventarse la doctrina del perdón de tales pecados a través de la confesión, por supuesto que filtrada por el chamán, que es el que ostenta el poder de los dioses, y un purgatorio que es la gatera de escape, porque si no, se quedaba sin clientela. Una doctrina basada en el temor, la amenaza y el castigo, no resulta precisamente muy lógica. Si Dios ha creado al hombre para que la inmensa mayoría fracasen en una vida de segundos comparada con la vida del resto de la creación, y se condenan por toda la eternidad restante, ¿cuál es entonces el propósito? Sencillamente absurdo.

Pero como de lo que se trata es de la obtención del poder, y el poder se logra con el control del miedo, pues se monta un chiringuito en que el invento del pecado (error) se pasa por el instrumento del perdón de Dios (sacerdote), y así, de esa forma, aunque Dios no necesita de intermediarios, tienes la oportunidad de salvarte. Pero como la gente entendió que, mira qué bien, yo peco, me confieso, y hasta la próxima prójima, pero si no dispongo de un cura a mano, entonces, ¿qué? la Iglesia se sacó del sacro saco el negocio de las indulgencias, o sea, usted me paga por adelantado por sus pecatus tuus, y luego ya nos encargaremos de sacarlo del purgatorio a base de misas y novenas. Y eso funcionó de maravilla durante siglos, y la caja no paraba, cling, cling, de sonar, desde las fortunas de los nobles a las calderillas de los villanos. En la actualidad todo parece estar en revisión, los paradigmas se tambalean, y las gentes, salvo un aún muy buen residual que cree a pies juntillas lo que le echen si viene por la boca de mitrado, el resto está más pronto a creer en otras idolatrías consumistas, hedonistas y festivas, que les bailan el agua a sus intereses. El caso es que la empresa no se pare.

Y en eso mismo es en lo que estamos. El personal pone su fe, como el ave pone sus huevos, en muy diversos nidos, y vive aquello en lo que cree como una realidad: la suya. Pero no es 'la' realidad. La realidad real es que incluye todas las realidades posibles que el ser humano pueda fabricarse a sí mismo para su propia evolución, o involución. Desde las acertadas a las desacertadas (nosotros aún vivimos el coletazo de la adoración a Dios a través de los ídolos que nos fabricamos y sacamos a hombros). Si a nosotros nos vale, a lo auténtico de lo que llamamos Dios también le vale, aunque no le sirva para otra cosa que mondarse a reír con las ideas que tenemos sobre Él. Nos hemos fabricado la idea del pecado, de la muerte, de los dogmas (algunos de ellos disparatados) como unas muletas con las que nos valernos, sin ver que nos sirven de poco durante muy poco tiempo, y que, al final son nuestro principal estorbo, pues confundimos a Dios con las muletas, y entonces adoramos las muletas, y la sacamos en procesión. Están hechas con la madera del Tótem, no con el espíritu del verdadero Dios.

Muchos de los que me lean esta semana pensarán que a qué viene toda esta reparandoria, y no se lo reprocho en modo alguno. No crean que no comprendo que se puedan sorprender. Sin embargo, si a algunos pocos les sirve para abrir la mente a realidades más profundas, igual les sirve de ayudica para no angustiarse demasiado con las realidades presentes. Éstas auto realidades valen tan poco que desaparecerán y cambiarán por otras: las que nosotros queramos que sean. Que sigamos errando o empecemos a acercarnos, depende de nosotros mismos.