La violencia contra las mujeres y sus variadas expresiones, violación incluida, se integra en un marco cuyas características más sobresalientes son la normalización y la invisibilidad. Como si no se explica que la frase «eres tan fea que ningún hombre se molestaría en violarte» y otras por el estilo no nos resulten extrañas. Ese exabrupto lo profirió Bolsonaro en el Parlamento brasileño y es sólo un ejemplo de las muchas manifestaciones de la cultura de la violación.

La frase «eres tan fea que no mereces ser violada» certifica que una de las características de ser mujer es la violabilidad y que esa violabilidad se alcanza a base de esfuerzo y tesón, de dedicar tiempo y energía a estar guapa y deseable. Si no eres violable es porque no te esfuerzas, porque eres vieja o fea o, peor aún, un marimacho.

La violencia enseña una lección y la violación una lección muy específica. Por poner un ejemplo, en la Guerra Civil las mujeres eran susceptibles de ser violadas por un bando o por otro; la Guerra, da igual donde ocurra, siempre es contra las mujeres. Millán Astray animaba a las tropas a violar republicanas para enseñarles lo que era un hombre de verdad. Ahí hay un propósito pedagógico. Los republicanos que violaban monjas enseñaban una lección parecida. La violencia ejercida por los hombres nos iguala, nos hace a todas las mujeres una sola mujer. De un bando o de otro, merecedoras todas de la misma violencia. Rodeadas de violencia y con miedo a la violencia porque no hemos sido educadas en ella sino en el temor a ella.

La violencia cumple para el patriarcado un doble objetivo: por una parte, muestra a las mujeres cuáles son los límites, porque las mujeres no somos libres de andar por donde queramos, cuando queramos y como queramos; los hombres sí. Para el patriarcado, los violadores son los perros terribles que pastorean el rebaño que pertenece a todos los hombres. Por otra parte, esa violencia muestra a los hombres cómo son o cómo deben ser los verdaderos hombres. Es la expresión máxima de una fratría que se manifiesta de muchas maneras.

Imaginemos a un hombre adulto, de izquierdas, respetuoso, feminista, tiene hijas, hermanas, madre, pareja, compañeras. Acoge con respeto las reivindicaciones de las mujeres, acude a manifestaciones, se esfuerza honestamente por reducir el nivel de desigualdad. Al mismo tiempo tiene un grupo de WhatsApp de compañeros de trabajo, en el que está más de oyente que otra cosa. En ese grupo se comparten vídeos, fotos, memes, de un tipo de porno breve, blando o duro, realmente ofensivos contra las mujeres. Él piensa que sus compañeros son muy brutos, pero no dice nada. La fratría masculina es más fuerte que su voluntad. Él, que le afearía la conducta a cualquier hombre que compartiera mensajes racistas, violentos o fascistas, sin embargo calla ante estas bromas entre hombres.

El lugar donde esa fratría se convierte en ritual y adquiere corporeidad es el puticlub, donde los hombres se reconocen y celebran que no son mujeres, esos seres inferiores. Es en el burdel donde se refuerza la identidad masculina patriarcal. Si pensamos en la hazaña de La Manada, no se nos ocurre lugar donde se pueda ensayar mejor una violación grupal (una coreografía complicada) que en un puticlub.

Hay otro aspecto fundamental relativo a las relaciones sexuales: el consentimiento. Tan atrasados estamos en este tema, que aún se está definiendo su significado. Hasta ahora (un ahora que casi incluye el día de hoy), se entendía que todo lo que no fuera un 'no' era un 'sí', e incluso cuando las mujeres decíamos que 'no' también queríamos decir que 'sí', lo cual equivale a una completa anulación de la voluntad de las mujeres. El lema «sólo SÍ es SÍ», tan sencillo y claro, tan fácil de entender, es tan reciente que hay que repetirlo muchas veces para que se integre en el imaginario colectivo.

La violencia contra las mujeres es un problema de toda la sociedad y los hombres deben tomar partido, no se pueden quedar en la orilla, como espectadores de un problema que no les atañe.

La cuestión de fondo es que la sociedad patriarcal acepta un porcentaje de violencia que mantenga a las mujeres bajo control y hasta que el mensaje no sea que las mujeres deben ser más libres, hasta que esa violencia en todas sus expresiones no sea rechazada por completo por hombres y mujeres, en una reivindicación donde los hombres asuman también un papel activo, ni seremos libres nosotras ni será libre la sociedad.