Están entre nosotros. Dicen defender nuestras ideas, tienen perfiles muy parecidos a los nuestros. A veces incluso militan en los mismos partidos que nosotros, son referentes en nuestro entorno, en la inmensa mayoría de ocasiones hasta actúan con la buena fe que se le presume al ingenuo.

Pero ellos, en realidad, son los peores de todos. Los que más rápido erosionan nuestros valores, los que construyen el puente de plata idóneo para que nos destruyan, los que dicen pertenecer a nuestro bando pero sólo lo hacen porque no se creen merecedores de formar parte del contrario.

En el centro-derecha español, desde el espectro más socialdemócrata al punto más conservador, hay personas que basan su legitimidad en que aquellos que nos odian les perdonen por existir. Son esos que establecen el punto correcto de la moral justo en el lugar que presuponen al contrario, y se avergüenzan por pensar diferente a sus referentes, que son todos aquellos que les repudian.

En el liberalismo español hay muchas personas, pocas en el cómputo total pero inmensas en el daño que provocan, que exponen sus ideas con el complejo de inferioridad propio del que se siente sucio por hacer lo incorrecto. Que entienden que tienen razón en plantear que es mejor ser libre y ofrecer libertad que vivir en el reino de la imposición, pero que aún así darían su vida por pertenecer al núcleo de los que tienen capacidad para imponer.

Esos perfiles, los peores, son los que construyen liberalismo con adversativas. «Es bueno que los padres puedan educar a sus hijos en la lengua que prefieran, pero tienen que dominar el idioma cooficial». «Es correcto bajar impuestos, pero es necesario que haya justicia social y las multinacionales no se aprovechen de los demás». «Creo en la responsabilidad individual, pero debemos garantizar que todos cumplamos las normas».

El común denominador de los peores ya no es ni siquiera el complejo manifiesto a la hora de tener ideas propias alejadas de la marabunta mediática políticamente aceptable por El País, sino su esfuerzo ímprobo por reducir sus propios postulados a su mínima expresión para que todos aquellos que nos odian les acepten en su círculo a pesar de que, tal y como ellos mismos se consideran, siempre serán impuros por pensar diferente.

Los peores tienen otro nexo de unión entre sí, y es lo fácilmente manipulables que son por aquellos que les odian, que son los mismos a los que aspiran a agradar. Son los tontos útiles de aquellos que nos quieren destruir a todos, los que se prestan encantados a generar titulares contrarios a los que sí somos libres y que además se sienten irreverentes por haber recibido una palmadita en la espalda tras destrozar a los suyos a cambio de una sonrisa del que tiene el puñal listo para clavárselo sin piedad.

Convivimos a diario con los peores, tanto que nos hemos acostumbrado a ellos. Pero el daño que nos están haciendo es irreparable.

Es hora de decirles basta. La libertad con complejos no es libertad.

Si no están dispuestos a defenderla, que se marchen. Y si no, es hora de echarles.