Las palabras no son inocentes», dice el investigador norteamericano de lingüística cognitiva George Lakoff. En su famoso libro No pienses en un elefante explica cómo las trampas argumentales y dialécticas crean marcos para inclinar la balanza hacia un posicionamiento político concreto, incluso cuando no existe previamente ningún debate sobre la cuestión. Los marcos, estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo, constituyen las políticas e instituciones que se crean para llevarlas a cabo.

Para probarlo, cada año Lakoff pone el mismo ejercicio a sus estudiantes de la Universidad de California en Berkeley: les pide que 'no piensen en un elefante' y, como resultado, ningún estudiante es capaz de hacerlo, ya que la palabra 'elefante'evoca un marco. Apenas la mencionamos, ya parece en nuestra mente. Este efecto demuestra un aspecto esencial al discutir con un adversario: hagas lo que hagas, no utilices su lenguaje, ya que define un marco que no te conviene para conseguir tus objetivos. Es, esencialmente, una trampa. Una muy eficaz.

La preocupación de Lakoff viene motivada por el vapuleo sostenido durante décadas de los conservadores a los progresistas en Estados Unidos. Para crear debates y decantarlos hacia sus intereses, los conservadores crean nuevos marcos constantemente. Como respuesta, los demócratas se ha visto obligados a ir respondiendo a estas recurrentes trampas día a día, en muchas ocasiones comprando dichos marcos. El problema es que esto conduce a políticas reactivas, no proactivas. Es decir, la iniciativa política de los progresistas queda restringida en muchas ocasiones a un mero contra-ataque a argumentos falaces de debates inexistentes. Y, lo que es más importante, estos marcos son herramientas de acción en el medio y largo plazo. Es decir, llegan para quedarse. Como diría Luis Aragonés: «Perder, perder y volver a perder».

Justo esto mismo ha sucedido estas semanas con un lobby agroindustrial llamado Ingenio, que ha lanzado una provocadora campaña, tanto en redes sociales como en medios tradicionales, con el objetivo de frenar la aprobación de la nueva Ley de Recuperación y Protección del Mar Menor. Un lobby se define en la RAE como «un grupo de presión». A priori, la actividad de un lobby no tiene por qué ser 'buena' o 'mala', simplemente persigue unos objetivos que pueden no ser los tuyos. De hecho, si uno lo piensa detenidamente, hay muchas entidades que también son lobbies, aunque no usemos generalmente este término.

La campaña lanzada por Ingenio se basa en premisas falsas como «La solución no es destruir nuestra agricultura». Obviamente, nadie quiere 'destruir' la agricultura, en todo caso cambiarla, adaptarla, mejorarla, etc., para lograr una producción agrícola compatible con la regeneración de la mayor laguna costera de España. También ha difundido numerosos ejemplos de falsa dicotomía como establecer que hay que elegir entre poder comer marineras, potitos o gazpacho, o regenerar el Mar Menor. De nuevo, nos encontramos ante otra treta argumental: no hay que elegir entre una cosa y otra, se pueden elegir ambas.

Pero no nos confundamos, todas estas premisas falsas y eslóganes provocadores tienen un claro objetivo: crear un marco. Y yo creo que les ha funcionado, al menos parcialmente. Me explico. Elegir entre el Mar Menor o la agricultura del Campo de Cartagena es un falso debate: una falacia argumentativa. Sin embargo, la respuesta ciudadana en contra de la mencionada campaña agroindustrial fue, entre otras cosas, crear el hashtag #ElegimosMarMenor. Como ocurre con los progresistas estadounidenses, aquí se ha elegido la vía de la reacción y no la proactiva. ¿Cuánta energía ha sido gastada en atacar un debate falaz en lugar de apoyar nuevas medidas? ¿Qué medidas más ambiciosas se ha logrado incluir en la nueva ley? Aunque han sido muchas las voces que parecen convencidas de que esta campaña no ha funcionado o que incluso ha sido un craso error por parte del sector agroindustrial, esto no es tan simple. El éxito de una acción depende de la eficaz, eficiente y efectiva consecución de los objetivos perseguidos. Y muchos de estos objetivos no los conocemos. Posiblemente no se haya logrado la paralización de la aprobación de la nueva ley. Sin embargo, se ha perdido una gran oportunidad de incluir medidas más ambiciosas, basadas en la mejor evidencia científica disponible, en una ley que es condición necesaria pero no suficiente para regenerar el Mar Menor. Es más, han conseguido instaurar un nuevo marco. Y los marcos, como decíamos, suelen venir para quedarse.

A muchos, tal vez demasiados, les han dicho que «no piensen en una marinera» y, tal y como vaticinaba Lakoff, han pensado en una marinera. Por ello, la próxima vez que nos encontremos frente a una campaña semejante nos conviene recordar que se trata de una trampa. Asimismo, es esencial que seamos conscientes de que el Mar Menor será, en última instancia, lo que queramos que sea. Y esto dependerá de nuestro empoderamiento y participación activa en la búsqueda y propuesta de soluciones, apoyadas en los últimos informes científicos, para conseguir lo que todos queremos: que el Mar Menor posea una buena salud ecosistémica sin que esto suponga un grave perjuicio para un sector clave en la Región de Murcia como es la agricultura.

En cuanto a los políticos, habría que exigirles que sean más proactivos y menos reaccionarios.

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