Hay un efecto muy conocido por los inmobiliarios que podría denominarse 'efecto del confinamiento navideño' y que consiste en la toma de conciencia por parte de los propietarios de las limitaciones de la vivienda propia una vez que los cónyuges tienen que soportar la enorme presión de pasar muchas horas en ella durante las vacaciones aguantándose unos a otros, suegros incluidos si es el caso. En esos momentos extremos, compruebas que tu cocina es pequeña, que no tienes ni una pequeña terraza para echar un pitillo y que la intimidad de pareja se interrumpe cual si de un coito terminado abruptamente se tratara.

En realidad se debería llamar 'efecto navidad y año nuevo' porque esa constatación de las limitaciones actuales suele ir acompañada de los propósitos renovados cada inicio de año que consisten en dejar de fumar, hacer dieta y practicar ejercicio. No hace falta decir que los inmobiliarios no hacen excesivo caso a las visitas de inicio de año de supuestos clientes en busca de una vivienda mejor y más amplia, que después acaban en nada una vez que los buenos propósitos de inicio de año se diluyen con el transcurrir de los días, semanas y meses. Ese efecto se repite en realidad cada período vacacional pero el efecto no es el mismo en Semana Santa (más corta) ni en verano, donde se tiene la válvula de escape de huir de la vivienda habitual para habitar una casa en la playa o una habitación de hotel en la República Dominicana.

Con el estallido de la pasada Gran Crisis, iniciada en el 2007 con la declaración de insolvencia de algunos fondos bancarios que habían invertido el dinero de sus clientes en hipotecas basura o más bien en sus derivados financieros, el sector inmobiliario sufrió lo indecible (y los que nos dedicamos al marketing inmobiliario no te digo). De pronto se secó el crédito para la compra y promoción de viviendas, con miles de proyectos en marcha que se quedaron colgados literalmente de la brocha o de la paleta del yesaire, como quieras contarlo. Después de eso, se tardaron siete largos años en recuperar los niveles de venta de viviendas anteriores al estallido, entre otras cosas porque los propietarios se resistieron con uñas y dientes a bajar el precio de las casas hasta que no tuvieron más remedio que acomodarse al mercado y aceptar que su vivienda no se podía vender ni tan siquiera por el importe del restante de la hipoteca que le había concedido el banco y que llevaban varios años pagando religiosamente. Muchos inmobiliarios esperaban que se produjera un efecto similar a consecuencia del covid y el estado de alarma con el consiguiente y previsible aumento del desempleo, un dato siempre muy ligado a la compraventa de propiedades. Incluso grandes promotoras de obra nueva, dependientes ya en su mayoría de lo fondos de inversión americanos que entraron en España al olor de los despojos inmobiliarios, han anunciado la paralización inmediata de sus proyectos ante el temor de la inminente disminución de la demanda solvente.

Pero parece ser, por el ambiente que se detecta en el sector de la comercialización de propiedades, que está ocurriendo todo lo contrario. Evidentemente se produjo una paralización de las operaciones de compra en la etapa del confinamiento, cuando incluso las notarías no sabían cómo proceder ante la necesidad de que compareciesen físicamente los compradores y vendedores para ejercer su cometido y facilitar el perfeccionamiento de la transacción inmobiliaria. Pero inmediatamente después se ha producido un efecto rebote que solo puede explicarse por el concurso de 'vacaciones de navidad y año nuevo' con esteroides.

Los inmobiliarios no dan abasto literalmente con la cantidad de personal que ha iniciado una frenética búsqueda de vivienda. ¿Adivinas qué? Estos demandantes postconfinamiento quieren balcones en los pisos de la ciudad y casas con jardín y patio aunque sea en las afueras. Parece que mucha gente que se conformaba con la casa que tenía usándola exclusivamente para ver la tele por la tarde, dormir y desayunar, han comprobado que no era el espacio adecuado cuando se pretende pasar muchas horas encerrando y se tiene que soportar la convivencia con los más pequeños de la casa sin opción a elegir. Esta premura en buscar una nueva casa también estará motivada probablemente por el temor a una inminente segunda oleada de la epidemia con el consiguiente confinamiento. Lo que parece una leyenda urbana hasta que no tengamos más datos es que se haya disparado el número de divorcios debido al roce intensivo en la pareja provocado por la obligada convivencia en el hogar familiar. También habría que analizar si los mortíferos efectos del virus en los ancianos de las residencias y la mala imagen que éstas se han ganado durante la pandemia están provocando la vuelta masiva de muchos padres y suegros a la casa de los hijos.

Sea como fuere, parece ser que la china de esta crisis (efímera o duradera, eso lo veremos) le ha tocado esta vez al sector del ocio y la restauración. Ojalá, por el bien de todos, los profesionales de estos sectores, sean capaces de resistir y superar la crisis tan bien como lo hicieron en su momento los agentes inmobiliarios, que aprovecharon los años de inactividad para formarse, mejorar y diversificar sus negocios. Esto lo consiguieron en gran parte porque el sector se unió, y los que habitualmente competían y se miraban recelosos unos a otros, encontraron el camino para cooperar sin dejar de competir. Hay que tener en cuenta que el sector turístico y de ocio, incluyendo los profesionales de la cultura, representan un porcentaje del PIB español muy similar al que representaba la construcción y el inmobiliario en el momento álgido de la burbuja (un 13% aproximadamente). Como entonces, hay que confiar en que el sector aproveche para ponerse las pilas, incorporar masivamente de una vez y sin temor la tecnología en sus locales y en sus servicios, y salir reforzados de una crisis tan inesperada y tan devastadora como esta.