a vida cotidiana no es el hábitat natural del héroe, sí puede serlo del pícaro. Solamente la epopeya es el único lugar donde los héroes no son vistos como una incongruencia ridícula y dolorosa en el mundo tan poco heroico que hemos forjado. Bardos guerreros y aedos ciegos cantan grandes hazañas. Las tradiciones heroicas de pueblos diversos concuerdan por igual y resuenan familiares en nuestro espíritu El buen nombre y la memoria de sí, el amor por los hechos esforzados, la lucha contra el destino, la personalidad trágica, una relación especial entre el héroe y Dios o los dioses, la victoria final, incluso la victoria por la propia muerte.

Fue Homero quien plasmó las personalidades heroicas más apasionantes de todos los tiempos. Aquiles es un héroe por naturaleza mientras Héctor lo es por obligación. Es Aquiles quien desea que su memoria perdure eternamente, pero no es el único cuyo deseo de un buen nombre y fama le lleva a realizar hechos memorables, porque como recuerda el poema de Fernán González: «El uiçioso e el lazrado amos an de moryr,/ el vno nin el otrro non lo puede foyr,/ quedan los buenos fechos, estos han de vesquir,/dellos toman enxyenplo los que han de venir».

Esta constante tensión hacia lo sublime propia de los cantares heroicos hace que veamos con claridad el parentesco de la epopeya con la tragedia más oscura en la que los más fieros enemigos son de la misma sangre. Recordemos el cantar de Hildebrando en el que se cuenta cómo lucha padre contra hijo. La venganza de Krimilda se dirige contra sus propios hermanos, sabe que su muerte causará también la de Ute, la matriarca del clan. Arturo lucha contra su hijo. Estas personalidades que exceden la medida sobrepasan claramente los límites humanos. Aquiles conoce su muerte con anticipación y pese a todo lucha. Nadie negaría que Héctor y Príamo son figuras trágicas. En medio del dolor y del odio a muerte florece el respeto por el rival, con devoción se lee que Aquiles devuelve el cadáver de Héctor y honra a su padre; que Fernán González devuelve los cadáveres del rey de Navarra y del conde de Tolosa con todos los honores.

A veces la injusticia se abre paso y el Cid es desterrado, Rodrigo pierde España, Roldán es traicionado; Héctor muere, Troya cae. Pero finalmente se ven cosas asombrosas, el héroe puede vencer después de muerto como El Cid o llegar a conocer a los dioses como en los Nibelungos y la tradición homérica, o en el poema del conde Fernán González, que cuenta con la ayuda de Santiago contra los moros. Sabios, profetas y magos forman parte de las amistades del héroe, como Frikke y Volker en los Nibelungos o el abad Pelayo que profetiza grandes hazañas al conde Fernán González en su primera visita al monasterio de San Pedro de Arlanza, o Merlín en el ciclo artúrico. Entre estos bardos hay también quienes tienen la condición de héroes. La epopeya se muestra a veces dentro de la epopeya y hay bardos que aparecen en la corte de los reyes, así en los poemas homéricos o través de personajes como Volker en los Nibelungos y esa extraña creación que fue Osián, poeta y héroe. Al cantar se puede unir una espada mágica invencible, como la Excalibur de Arturo, la Durandarte de Roldán o la Balmong de Sigfrido, todas emparentadas con la espada de Goliath que blande el joven David. A veces hay un extraño y temerario sentido de invulnerabilidad que acarrea a la larga la perdición de héroes como Sigfrido o Aquiles. La vulnerabilidad viene como consecuencia del fracaso en la confianza, y aquí entran los grandes traidores como Ganelón en el Cantar de Roldán, Hagen en los Nibelungos o los hijos de Witiza y el conde don Julián en el Romance de la pérdida de España. Finalmente un halo de misterio rodea la figura de un desgraciado rey que desaparece sin dejar rastro, llevándose consigo la esperanza aunque quizá para volver algún día; así ocurrió con Arturo o Rodrigo, como en tiempos mucho más antiguos cuentan que le sucedió al rey Rómulo.

Sigue soñando lector, reconfórtate solo en los libros. La nuestra no es una edad ni para la nobleza ni para el honor. Hace mucho que el último héroe conocido pasó cruzando cierta llanura manchega, ante los ojos del populacho, burlado y apaleado, para abandonar las armas y vivir entre pastores, un caballero de triste figura, el último caballero del honor.