Puede que fuera más actual comentar el pacto europeo de reconstrucción. Pero deseo hacer pie en otra noticia. Se trata de una declaración de Monedero que hablaba de reconstruir Podemos; en otra, prometía crear una FAES de izquierdas; y en una tercera, se nos dice que Monedero es el director del Instituto 25M. En su twitter de agradecimiento ha expuesto que, «en mitad de tanto ruido, apostar por la reflexión; contra la resignación, apostar por la formación». Parafraseando a Anguita, ha repetido: «formación, formación, formación».

Es la conclusión de un proceso que comenzó en enero, cuando Monedero señaló que «Podemos se está quedando sin referentes y yo voy a tomar más protagonismo». Entonces argumentó que su papel era estar «siempre dos pasos por delante», algo lógico, pues es «el mayor en el partido». Se refería a que, «cuando lo fundamos, yo ya era un hombre hecho y derecho». Él no ha cambiado. En una entrevista en Público concluye que la FAES de izquierdas «debe darle una oportunidad a la intelectualidad crítica». Esa intelectualidad, dice, está «huérfana de espacios de reflexión».

El conjunto de valoraciones que produce esta línea de comentarios llenaría libros de análisis. Ante todo, es un «dejà vu». Estamos aquí ante la luminosa revelación de ser testigos de una escena semejante. Ocurrió cuando el PSOE perdió el poder y creyó que lo arreglaba creando fundaciones. Monedero incurre en el mismo error. Quiere producir energía política mediante una fundación. Es como producir electricidad con un torrente de lágrimas. Recurrir a los intelectuales cuando se pierde relevancia política es confesar el final. Esa consideración instrumental del intelectual es trivial y solo sirve para animar a los incondicionales en sus trincheras hasta que el frente pase de largo.

Cuando, mediante actos que indisponen con cualquier inteligencia, se han roto amarras con el curso de evidencias que tiene la mayoría de los ciudadanos, convocar a las sombras de los intelectuales resulta el más estéril de los exorcismos de la derrota. Podemos, finalmente, ha dejado a estos amigos, Iglesias y Monedero, ante el espejo de su soledad. Uno tiene el partido; el otro, esa FAES de izquierdas. Pero solo se ven a ellos mismos. Si ya los comentarios con los que Monedero ha sublimado su elevación a la dirección del Instituto que fundara Jorge Lago espantan a cualquiera que tenga algo que decir sobre una política sincera, podemos imaginar la tropa que podrá reunir bajo su dirección.

Alguien podría decir que Aznar no es menos cómico que Monedero, lo que es verdad. Justo por eso, es de suponer que los tipos que Monedero reúna a su alrededor serán igual de críticos que los que rodean a Aznar. Tener como modelo un montaje suele llevar a otro, y defender posiciones dogmáticas siempre lleva a la ruina de quien las defiende. Aznar ha logrado romper el PP, debilitar sus procesos internos, condicionarlos desde la extrema derecha e impedirle gobernar por un tiempo. Monedero no hará otra cosa al pretender que su misión histórica sea organizar un aznarismo de izquierdas.

Todo menos darle a la opinión pública lo que se merece, una reflexión serena de por qué Podemos ha desperdiciado la mejor ocasión para dotar al pueblo español de energía política para construir una democracia de calidad. Desde hacía décadas, amplias capas de la ciudadanía se sentían insatisfechas con la mala calidad de nuestra democracia. La crisis produjo una impresionante energía política, que junto a las capas ya críticas con el minimalismo democrático del bipartidismo, podría haber impulsado el salto necesario para que el pueblo español fuera respetado, impulsando reformas fiscales, de servicios públicos y del sistema productivo. Iglesias ha taponado esa energía. La ha absorbido, debilitado, difuminado hasta convertirse en la presa que contuvo la corriente. Las elites más reaccionarias de este país no se lo agradecerán bastante.

Son muchos los artículos que, al hilo de las elecciones gallegas y vascas, han tenido necesidad de reflexionar sobre este final de un ciclo. En este sentido se han dicho cosas relevantes. Yo me quedo con una vieja reflexión de Schiller, decepcionado con la Revolución Francesa: la ocasión objetiva no encontró a los hombres adecuados. En realidad, hubo dos posiciones ante el 15M. Los que deseaban aprovechar aquella energía para construir un pueblo políticamente diferente del que forjó el franquismo, un pueblo político moderno que usara de la democracia para constituirse en actor maduro de su historia; y aquéllos que vieron entonces la oportunidad de camuflarse para mandar como siempre habían soñado mandar. Los primeros deseaban fundar un proceso político sustantivo y existencial, que realizara las posibilidades históricas abiertas desde un acto de autoafirmación popular; los segundos se han demostrado unos oportunistas que, como todo pequeño diablo, han acabado de auxiliares menores, sin excluir lo bufonesco.

Por supuesto, los primeros han sido derrotados, una vez más, como era predecible, dada nuestra historia. Pero los que han echado más paladas de tierra amarga en el rostro de los derrotados son aquellos que han preferido su protagonismo al de todo un pueblo. Ellos lo primero, aunque nada cambie. Ese es el triste balance. Por supuesto que no han sido los únicos. Sin pueblo del Estado no hay posibilidad de mejora, ni social ni política. Las nacionalidades históricas no desean ese pueblo español maduro y justo. No creen que exista ni que sea posible. Dada la historia de España, ese pueblo solo puede ser federal, desde luego. Pero no nos hagamos ilusiones. Un pueblo confederal no existe. Eso es volver a la tradición de sálvese quien pueda. Varias naciones pueden impulsar tácticas de disputas por el botín del Estado, pero solo un pueblo federal puede generar una base de solidaridad que no esté pendiente del reparto.

Los nacionalismos no han tenido la más mínima aspiración de fundar ese pueblo con la solidaridad mínima necesaria, sino la de aprovechar aquella energía crítica para atacar al Estado realmente existente. Por eso, han favorecido la centralización extrema, castiza y española, que propició Iglesias. Ese acuerdo implícito ha mostrado las consecuencias en la elecciones vascas y gallegas, y lo mostrará en las catalanas. Sobre esa debilidad se sostiene este Gobierno, que no podrá avanzar en el único proceso real que nos puede encaminar a influir en Europa, el de ser un pueblo consistente.

Definir bien esta experiencia que ahora se cierra es un imperativo político de primer orden. Un pueblo nada pierde mientras mantenga la paz. Aquí estuvimos a punto de perderla, pero evitamos la violencia. Así que todo será aprovechable y útil mientras exista un ciudadano dispuesto a pensar con sentido sobre lo que nos ha pasado.

Pero apuesto que eso no ocurrirá bajo la dirección de Monedero.