El ser humano es un cuerpo y aquello que lo ocupa. Aparentemente es un valor absoluto, pero no es así. Es una trinidad. Un vehículo animado, un pneuma-alma que lo mueve, lo anima, una inteligencia, el ego, el yo, la mente que lo empuja, y el espíritu, que lo rige, lo conduce, y que se reconoce a sí mismo como una entidad única, un 'yo soy el que soy', o mejor, un yo soy quiEn soy. A partir de ahí, hay miles de millones de entidades autoconscientes como él que conforman todo el género humano, y que, a su vez, también conforman, entre todos, el mundo. Y lo conformamos porque proyectamos nuestro yo-soy-yo de cada uno fuera de cada cual para contactar, comunicarnos, relacionarnos e interactuar en la construcción (o en la destrucción) de ese mismo mundo. Confío que esta premisa que nos introduce en el asunto de hoy, aunque pueda estar equivocada, que puede ser, pero al menos intente aclararla.

Lo único que deseo comunicar es que cada 'yo soy' vive dentro de su cuerpo, y que su cuerpo es solo su apariencia, y a veces, ni eso. La cara, o los modales (de modo) no siempre son el espejo de alma alguna. Vivimos dentro de lo que entendemos por 'nosotros', pero actuamos fuera de lo que entendemos por ese mismo 'nosotros', y lo que es peor, construimos en el exterior antes de construirnos a nosotros mismos en nuestro interior. Y nos sale lo que nos sale, una castaña, y encima nos convertimos en seres infelices y siempre insatisfechos, culpándonos unos a otros, y responsabilizando a los demás de nuestras propias culpas. Y construimos, sí, es cierto, pero destruimos tanto o más, porque nuestras obras son erróneas, fruto del pensar y valorarlo todo erróneamente.

¿Apariencia o excelencia? ¿qué es lo que realmente buscamos y nos interesa realmente? ¿conseguir el conocimiento o que la gente crea que poseemos tal conocimiento? Son dos cosas distintas y hasta opuestas. ¿Quiero saber, en realidad, o solo obtener un título que diga que sé? Es muy diferente. Tan falsa hemos construido esa realidad, que las sociedad humana se mueve y obra por títulos, diplomas, papeles, certificados, doctorados, másteres, documentos que certifiquen (no que garanticen) nuestros saberes, y priorizamos las titulaciones sobre el propio conocimiento. Quien lo hace al contrario, el que ama el conocimiento sobre las evaluaciones y evaluadores, es el auténtico sabio, el verdadero rabbí. Por eso mismo son tan escasos, porque no tienen que demostrar nada con nada, fuera de sí mismos. Y entonces se les conoce, aunque jamás se les reconoce.

La calidad se demuestra sola y a sí misma sin necesidad de etiqueta externa. Si esa calidad hay que adquirirla falsificando, o pagando, con dinero o favores, la obtención de títulos que le certifiquen, no hay empacho en hacerlo, y lo que es peor, toda la sociedad se inclina sobre ese papel antes que sobre la (falsa) calidad que suscribe, porque se ha perdido la capacidad de distinguir un documento de una cualidad. Y entonces, los seres humanos funcionamos al revés de toda lógica, Si, por ejemplo, existe un excelentemente demostrado por sus conocimientos y prácticas, buen médico, salvando vidas y curando personas, y no tiene credenciales, se le encarcela por falsario, pero a un inepto mandapíldoras de vademécum, si tiene papeles, se le justifica casi que cualquier desmán o mediocridad. No me estoy inventando nada y ustedes lo saben. Esto está pasando todos los días. Y ocurre en cualquier plano del saber. Si no tiene título, es un fraude. El documento está por encima del conocimiento.

Lo que intento con estos ejemplos no es poner en cuestión el concepto de legalidad o ilegalidad, que legitimidad o ilegitimidad es otra cosa, otro concepto, no, pues lo normal es una especie de canon impuesto por una determinada manera de pensar. Lo que quisiera es llamar la atención sobre el cambio de valores que hacemos entre apariencia y excelencia. Ponemos delante la primera sobre la segunda porque (y esto está sobradamente demostrado), entre la deidad y el ídolo adoramos el ídolo, y eso es porque al perder la capacidad de reconocer y apreciar lo importante, preferimos un sucedáneo, lo accesorio ante que lo auténtico, que es mucho más cómodo de llevar.

Preferimos las normas a lo correcto, el premio a la ética, el poder a la integridad, el logro a la serenidad, el beneficio a la conciencia, y de los que se puede escribir un buen montón de artículos en los que se demostraría indefectiblemente que nos afanamos por la apariencia externa antes que por la excelencia interna, y claro, al estar la primera levantada con planos defectuosos, tarde o temprano todo se nos derrumba. Los valores auténticos existen o no existen, en el interior, y nosotros los buscamos fuera antes que encontrarlos dentro. Y así todo Nuestras fs están hechas de signos, ritos, dogmas, palabras, poses y apariencias, todo pura manifestación externa, que no se corresponde con la solidez que supone encontrar lo que se busca dentro de nosotros. Fue lo más importante que dijo el Nazareno en su Evangelio. Pero nosotros, la sociedad entera, se rige justo por todo lo contrario. A las obras y consecuencias me remito, maestro.