En su libro Nacemos de mujer (1976), la escritora estadounidense Adrienne Rich afirmaba cómo, a lo largo de la historia, las mujeres hemos sido explotadas pero también idealizadas. Una idealización derivada, entre otros factores, de las virtudes atribuidas a la mujer como ángel del hogar que imperaban en el siglo XIX, y regresaron con fuerza tras la Segunda Guerra Mundial, de la exaltación de la maternidad y de la supresión de la sexualidad que el patriarcado impuso a la mujer para convertirla en lo más parecido a la Virgen María, que fue madre sin conocer varón. Una idealización peligrosa que continúa a veces colándose en nuestros análisis actuales entorpeciendo el debate subyacente.

Idealizar a las mujeres, sostener sin más que su gobierno del mundo sería distinto al que han establecido los hombres, significa mantener un esencialismo de género contrario a todo lo que sabemos sobre lo que nos hace humanos: que somos una página en blanco en la que se escribe la cultura de cada momento histórico, que no hay una esencia de lo masculino ni de lo femenino.

Durante la pandemia se ha exaltado con razón (nosotras lo hemos hecho también en este espacio en nuestro artículo El liderazgo femenino) la gestión de la crisis sanitaria del coronavirus que han realizado las mujeres que gobiernan Alemania, Angela Merkel; Finlandia, Sanna Marin, la más joven del mundo; Nueva Zelanda, Jacinda Arden;Dinamarca, Mette Frederiksen; Noruega, Erna Solberg; Islandia, Katrin Jakobsdottir, y la taiwanesa Tsai Ing-wen; mujeres que han aplicado, a la hora de gestionar la crisis sanitaria, estrategias basadas en la anticipación, la realización de pruebas generalizadas y el confinamiento precoz, junto a acciones de concienciación, transparencia y empatía. Todas han respondido mejor a la urgencia que los gobiernos dirigidos por hombres.

Sin embargo, no podemos pensar que el solo hecho de ser mujer nos capacita para hacerlo como ellas. Como contraejemplo podemos traer aquí a Isabel Díaz Ayuso y su gestión en la Comunidad de Madrid. Y, en otro contexto, eso sí, el Gobierno nefasto de Margaret Thatcher, que inauguró el neoliberalismo a ultranza y llevó a su país a la destrucción de empleo, al empobrecimiento de las clases trabajadoras y a la guerra de las Malvinas.

Ser mujer no es un salvoconducto de buena gestión, lo que nos hace más eficaces en ciertos asuntos es que gran parte de las mujeres estamos identificadas con unos valores de cuidados que ponen a la vida humana por encima de la economía, unos valores que en nuestro país, sin ir más lejos, un presidente y un ministro de Sanidad, ambos hombres, han estado a la cabeza de un equipo que los han ejercido igualmente; lo que demuestra que pueden ser cultivados por todos.

Lo que queremos decir es que son estos valores los que han hecho triunfar la gestión de las mujeres que hemos citado, y no su género. Valores que estamos obligados a universalizar para ambos sexos, enseñándolos desde la escuela, si queremos defender un mundo habitable.

El neoliberalismo es un sistema de producción de objetos y de sujetos, y quiere que estos sean individualistas, omnipotentes, empresarios de sí mismos, orientados al éxito, poco solidarios, con apatía política y un uso de los otros funcional donde no predomine el reconocimiento y la solidaridad con el semejante, sino el menosprecio y la competitividad. Esta producción de sujetos está rompiendo con la tradicional educación diferencial entre hombres y mujeres, una socialización donde a nosotras se nos enseñaba el cuidado y la atención a los afectos y a la identificación y satisfacción de los deseos de los otros y a ellos a luchar en el mundo y hacer realidad sus propios deseos; como se desprende fácilmente, la educación que recibían los hombres les capacita mejor para adaptarse al capitalismo postfordista en el que nos encontramos, de ahí que se haya universalizado a las mujeres, que solo 'masculinizándose' entienden que pueden sobrevivir en este mundo de locura: sin piedad, en un sálvese quien pueda que es el lema más repetido, un mantra que supuestamente asegura el éxito.

Sin embargo, la crisis sanitaria que vivimos ha mostrado que solo una sociedad de cuidados, llevados a cabo por hombres y mujeres, por instituciones, puede sobrevivir a las amenazas sanitarias, laborales y medioambientales que nos acechan. Ha mostrado que estábamos en el camino equivocado y que tenemos que empezar a socializar a todos, hombres, mujeres, tercer género, transeúntes de género o como quiera que algún día demos juntos en llamar a quienes huyen del binarismo excluyente, en los valores de un humanismo cuya pervivencia es más que nunca necesaria, porque solos, apelando al darwinismo de la ley del más fuerte, no podremos salvarnos.

Las mujeres no tenemos la receta del éxito, pero hemos sido educadas en unos valores que no pueden despreciarse ni olvidarse porque son imprescindibles para nuestra supervivencia como especie: el cuidado de los otros, de los débiles, del planeta. Unos valores que están en claro retroceso y que todos tenemos que volver a cultivar.