«Inaudito, qué escándalo». Clamas como una gallina de corral y te indignas. Los contagios crecen, los rebrotes apenas se controlan con una difícil y contradictoria gestión de las instituciones públicas. La epidemia es general, su área de expansión es ya el mundo. Avanzamos frenéticos hacia la temida segunda ola de la enfermedad con el ritmo veloz de los noticiarios. Y con tanta preocupación, ahora, precisamente ahora que hacen falta todos los esfuerzos, muchos, principalmente los jóvenes, se han bajado las mascarillas. Quedan a verse como antes, a beber como antes, a tocarse y gozarse como antes. Llamábamos socialización a lo que hoy denominamos irresponsabilidad.

Se acercan a menos de un metro y así deben sentir, joviales y gozosos, su mutua corporeidad, el aroma dulzón de colonias y desodorantes, de rones y licores a precio popular mezclándose con el propio sudor corporal, añadido a otras esencias resinosas que alegran el corazón. Los escuchas bailar, pelearse y reconciliarse; escuchas el tintineo de las botellas de alcohol en bolsas de plástico. Claro, porque la fiesta ya ha comenzado. Puede que esta noche las fuerzas del orden dispersen la reunión entre destellos de luces azules, pero los fugitivos irán a las salas de fiesta que los acojan y una vez allí las líneas de contención y de distanciamiento físico caerán ante el empuje incontrolado de imberbes e impetuosos cachorros, tan elementales, primordiales y básicos, como el virus que combatimos.

Sí, te escandalizas y por encima de todo, te sorprendes y preguntas a los cuatro vientos como una abuelita de las de antes: «¿Habrase visto cosa semejante?». Pero dime, de verdad, de qué te extrañas ahora, cuando jamás prestaste la menor atención a la educación que recibía esa juventud cuyas ganas de vivir, propias de la edad, nos amenazan a todos. ¿No se comportan muchos adultos igual? Has de saber que un día confundiste educación con buenas notas; desgraciadamente creíste que lo importante era 'adquirir la competencia' y prestar atención solo a la formación: peor aún, que te dejaste llevar por falacias como que en la sociedad de la información la formación en valores no servía para tanto. Y por eso ya nos vale, y tanto que nos vale. De qué te escandalizas ahora, y qué esperas de aquellos jóvenes, abandonados, que han crecido sin saber dónde están los puntos cuatro cardinales.

Piensa en ello cuando otra mala noticia, de repente, te amargue el día.