Cuentan las más antiguas escrituras de la humanidad que cuando Dios tuvo acabado el Edén e hizo el contrato de alquiler al ser humano y humana, los llamó (en ellas habla del hombre solo, pero, en fin, yo me lavo las manos) para que le pusiera nombre a todo lo creado, pues así (eso dice la cosa) les daría vida, y comenzarían a existir como almas vivientes. Ya saben que al principio fue el Verbo, la palabra.

El nombre, pues, es vital para entendernos y entenderse, y para que cada invento se ajuste al nombre otorgado. Bien hasta ahí. Lo que pasa es que luego, más tarde, tuvo que haber algún problema técnico en el mecanismo humano, que falla más que una escopeta de feria, algún desajuste, cuando lo de la Torre de Babel o por ahí, dado que, desde entonces, aquí nadie se pone de acuerdo en nada, nadie se entiende con nadie, y el diálogo de sordos es continuo y constante. Aquí, en nuestro país, ya ni le cuento.

Ahí tienen a un Torra, por ejemplo, al que visitó antes de la pandemia el ya desangelado y descongelado Sánchez, dispuesto a descongelar igualmente las relaciones y engrasar las instituciones (25 millones a la sardanesa Colau para que Barcelona vuelva a ser la capital cultural, entre otras dádivas a la Generalitat), y el Quim dale que te dale con que el Mediador aquel de marras, ¿se acuerdan? es necesario para la mesa de diálogo. Y, claro, ha de ser nombrado por ellos, ni siquiera consensuado, y eso es cambiarle el nombre al choto, pues entonces ya no es un mediador.

La mediación se basa en tres premisas: voluntariedad de las partes, independencia del mediador, y confidencialidad. Sí o sí. En el momento que dice que es obligatorio, falta a la primera condición, pues ya no existe voluntariedad. Si es nombrado por una de las partes, se falta a la segunda, pues ya no existe imparcialidad. Y la tercera, la de la confidencialidad, dudo que exista en ausencia de las otras dos. O sea, eso no es un mediador ni de coña. Será otra cosa, un director de escena, un amenizador, un presentador, un domador, un payaso. Pero nunca, jamás, un mediador. Sépanlo ustedes que me leen.

Por esas mismas fechas se recorrió España durante un par de semanas un relator de la ONU, metido en un informe sobre extrema pobreza y derechos humanos. Anduvo por todo el país viendo, preguntando, hablando con la gente, mirando y tomando nota. Y se ve que lo llaman relator porque relata cuanto tiene ante sus narices, claro, aunque a nosotros nos suene más lo de narrador, contador, incluso chivato. A mí, por su papel, veo que encaja más lo de informador, lo de inspector, pues viene a eso mismo, a examinarnos cómo estamos aquí en esas materias.

Y la verdad es que no salimos muy bien parados que digamos. En su informe, Philip Alston, que así se llama el hombre, dice muy clarito y con sus nombres, que aquí «existe una extrema desigualdad, y que se ha fallado con los más débiles». Y sostiene que los niveles españoles de pobreza no se corresponden con el poder económico del país. «España es el cuarto país más rico de la UE. Se puede hacer mucho para corregir estas enormes diferencias. Pero han decidido no hacerlo». Más claro, imposible. Y añade: «Los políticos españoles, de todos los partidos e idearios, han fallado a los más pobres y han ido solo que a su interés». Lo del relator será o no confuso, pero el tipo sí que ha llamado a las cosas por su nombre.

Eso se ve en detalle cómo que ellos se suben su ya inflado sueldo de políticos un 2%, mientras el ya menguado de pensionistas lo suben un 0,9%. Un ejemplo de una desproporción avergonzante si tuvieran vergüenza, claro. A los más altos le suben más del doble que a los más bajos; ¿acaso no debería ser al revés? Pues esto es tan solo que un detalle entre muchos otros. Para combatir la desigualdad que tenemos, el desequilibrio y las diferencias que abren una brecha cada vez mayor y más profunda, por pura lógica nivelatoria y compensatoria debería de ser al contrario: el mayor porcentaje de subida para los más bajos, y el menor para los más altos. Pero aquí, no, aquí se usa la injusta proporción, no la justa proporción, el quítale al pobre y dale al rico…

Pero lo que acojona de verdad es ver calladitos a los de «arriba los pobres del mundo, en pie famélica legión», participando y aprovechándose de tal injusticia social, cuando, al menos lo que venden, es que están ahí justo para combatir eso mismo. Lo que ilustra son esos revolucionarios puñoalcistas y de bolsillo ancho, provistos de catecismo comunista pero de espíritu pancista: dáme lo gordo pá mí, y a los más débiles lo flaco, que ellos ya están acostumbraos al hambre, pero yo no, que vengo de funcionariao del ‘estao’. Igual que los de derechas a los que tanto critican por exactamente lo mismo. No hay diferencia alguna entre ambos, salvo la pose y la etiqueta.

Por eso yo digo a los apocalípticos que rasgan que esta coalición de izquierdas nos va a llevar a la fin del mundo, que no. Que los imitan tan bien, que parecen ellos mismos. Lo que pasa es que no se miran al espejo. Y es que igual llevan al nombre cambiao.