Los Borbones llevan como la dinastía legítima del Reino de España 320 años. Hace un siglo en este país había una monarquía parlamentaria, la de la Constitución de 1876. Esa monarquía duró 47 años, mientras que la de la Constitución de 1978 se encamina a los 42. En 1920, aquel sistema parlamentario atravesaba sus peores horas. Un proceso en el que estaban en juego la estabilidad y la unidad de una nación harta de un sistema de corrupción institucionalizada. En 2021 se cumplirán cien años de dos sucesos que marcaron su final: el cuarto gran magnicidio de la historia de España (el del presidente Dato) y la gran masacre de Annual.

El Expediente Picasso trató de esclarecer aquel incidente vergonzante que costó la vida a casi 10.000 españoles. La investigación emprendida por las Cortes se vio parada por la presunta implicación del rey Alfonso XIII. El monarca fue relacionado con empresas coloniales del hierro y el ferrocarril del Rif. Un dinero manchado de sangre.

Hasta ahora pocos se han atrevido a lanzar críticas a la Familia Real pero, bajo el respeto institucional, se escondían turbios negocios. Los autodenominados juancarlistas aducían la idoneidad de la monarquía por varios motivos.

Alfonso XIII fue protagonista de la transición de una pseudodemocracia a una dictadura; Juan Carlos había promocionado la transición del franquismo a una democracia plena. Alfonso XIII apoyó un golpe militar, y Juan Carlos lo frenó; supuestamente, porque los documentos del 23F siguen clasificados.

Después de unas plácidas décadas, Juan Carlos inició su caída en desgracia. El caso Nóos y el incidente de Botsuana precipitaron su abdicación en 2014. No obstante, nunca se terminó de esclarecer su relación con Corinna. Medios extranjeros apuntan ahora a que formaban una pareja donde el cariño y el dinero casaban a la perfección. Ambos paseaban como Bonnie & Clyde por el mundo actuando como vulgares comisionistas de los grandes negocios de España en el extranjero. De su último pelotazo, los cien millones de la comisión saudí, gran parte está a buen recaudo de la princesa alemana.

Borbón-Wittgenstein, una relación tóxica nacida de la promiscuidad y la avaricia de Juan Carlos, del que ahora piden que termine su vida como la comenzó: en el exilio. Tras las sonrisas campechanas en aquellas tardes de sol mediterráneo en el Fortuna, estaba la satisfacción de ver completado su irrisorio sueldo público. Ese que su hijo le ha retirado. Ese que correspondía a su posición inviolable y de la que presuntamente se benefició para obtener ese dinero negro del que el actual monarca se considera desheredado.

Cierto es que no hay pruebas que demuestren que Felipe era conocedor de su calidad de beneficiario de la fundación Lucum. Ahora, no cabe duda de que hará lo que sea preciso para salvar la continuidad de la institución, único símbolo de unidad en esta tempestad política de nuestros días. Tanto es así que ha sido capaz de apartar a su padre y a su hermana, quedando una Familia muy Real pero cada vez más estrecha.

Los secretos a voces encierran su parte de verdad y en este caso así ha sido. Pobre Sofía, que repite el escarnio al que fue sometida la reina Victoria, y lástima de preparación la de Felipe si no aleja su figura de la sombra de su bisabuelo, viva encarnación de todos los borbónicos pecados.

Recuerdo un comentario de mi profesora de Historia sobre Carlos III, quizá el Borbón que, pese a déspota ilustrado, mayor honra se llevó a la tumba. Qué atino tuvo para morir antes de que estallara la Revolución francesa, decía, y qué poco atino el de Juan Carlos para no dejar su oscura vida privada atada y bien atada. Veremos si el Expediente Larsen demuestra que la historia es cíclica y termina España el primer cuarto de siglo como acabó el de la anterior centuria.