En el primer libro de la divertida tetratología conocida como La Guía del Autoestopista Galáctico, que nació como comedia radiofónica de la BBC, se convirtió en un bestseller en los años setenta y padeció dos adaptaciones cinematográficas a cual más decepcionante, se cuenta cómo el planeta Tierra funciona como un supercomputador que, después de siete millones y medio de años calculando la respuesta al significado de la vida, el Universo y todo lo demás, sorprende a los expectantes ciudadanos de la Galaxia con una inesperada y concisa respuesta: 42.

La chocante respuesta viene acompañada por una menos sorprendente recomendación a los operadores del supercomputador planetario: la respuesta es 42, pero lo importante a continuación es encontrar la pregunta exacta para la cual 42 es la respuesta. No sé si el humor de un libro desternillante en su momento para mí y mis amigos habrá aguantado el paso de los años. Por lo pronto, la historia tuvo algo de premonitorio, porque describe al presidente de la Galaxia como un delincuente profesional con dos cabezas que fue elegido en unas elecciones manipuladas por los poderes fácticos para que sirviera de entretenimiento al público y desviar así su atención de los que realmente mueven los hilos en realidad y manejan el poder en las bambalinas del Universo conocido.

Tan sorprendidos como los habitantes de la Galaxia en la Guía del Autoestopista Galáctico (que no solo presume de estar mejor documentada que su rival, la Enciclopedia Galáctica, sino que tiene escrita en su portada la expresión 'Don't panic' en grandes y luminiscentes caracteres) nos quedamos esta semana leyendo que el departamento de Astrofísica de la Universidad de Nottingham había elaborado un concienzudo estudio por el que se ha llegado a la conclusión, tras cálculos complejos y observaciones profundas del Universo, de que la solución a la famosa ecuación de Drake, que define los parámetros para averiguar cuantas civilizaciones existen capaz de comunicarse con la nuestra es, actualmente, de 36. O, para ser respetuosos con las conclusiones del estudio, éste apunta a un número entre 4 y 211, con 36 como número más probable.

No solo eso. Patricia Sánchez Baracaldo, una experta en la formación de vida compleja en la Tierra de la Universidad y profesora de la Universidad de Bristol, sin relación familiar con el presidente español, ha calificado la conclusión del estudio (publicado en la prestigiosa revista Astronomical Journal) de 'razonable'. Para saber cómo han llegado a esta concisa conclusión, habría que leerse el estudio en cuestión, cosa que no estoy dispuesto a hacer, al menos en los próximos años. Me conformo, eso sí, con terminar el interesante libro que venía leyendo hace semanas precisamente sobre el tema, titulado Cinco mil millones de años de soledad ( Five billions years of solitude en el original), escrito por Lee Billings, un periodista especializado en la divulgación de temas científicos. He de decir que, precisamente porque me apasiona la ciencia y me entretienen sobremanera los relatos serios de ciencia ficción, abomino de todo lo que representa el fenómeno OVNI, convertido en un circo sectario de opinadores fantasiosos, y material cutre para documentales pseudocientíficos dirigidos a un público acrítico y, normalmente, con escasa cultura científica. Dicho queda.

Porque si algo está claro desde el punto de vista de la ciencia rigurosa, es que los viajes físicos de seres materiales a lo largo de distancias astronómicas es literalmente incompatible con los principios de la física, tanto tradicional como relativista como cuántica. No es concebible que se produzcan viajes de seres extraterrestres en tiempos y condiciones aceptables para cualquier forma de vida compleja que podamos concebir, incluso en nuestros sueños más delirantes. Porque, por otra parte, no tendría ningún objeto ni sentido. Cuanto más inteligentes concibamos a nuestros hipotéticos vecinos galácticos, menor sentido tiene que se dediquen a visitar sistemas planetarios ajenos, y menos uno periférico con un sol mediocre como el nuestro, en los que sus habitantes consideraron de buen gusto en una cierta época medir el tiempo con relojes digitales de plástico (como afirma la versión actualizada de La Guía del Autoestopista Galáctico en las escasas cinco líneas del epígrafe dedicado a nuestro planeta Tierra).

La ecuación de Drake (?N = R fp ne fl fi fc L) no es en realidad una ecuación matemática al uso, sino que define una forma de especular razonablemente sobre cuantas civilizaciones capaces de comunicarse con nosotros podrían existir en el Universo. Dependiendo de los valores que atribuyamos a cada incógnita de la ecuación, nos saldrá un número que, en función de su carácter meramente especulativo, podrá oscilar entre miles de millones de mundos con civilizaciones desarrolladas y tecnologías de comunicación avanzadas como la nuestra, o unas escasas decenas como resultan del estudio comandado por el profesor de astrofísica Christopher Condalice de Nottingham . Así como los límites físicos impedirán los viajes interestelares (no hay cuerpo que aguante velocidades cercanas a la de la luz), sí que es completamente posible utilizar el espectro electromagnético para comunicarnos con otras civilizaciones que estén en las mismas condiciones de desarrollo que la nuestra. Por eso, iniciativas de rastreo como el programa SETI o sus sucesores tienen pleno sentido.

Esta imposibilidad física y esta posibilidad de comunicación en tiempos razonables (las ondas electromagnéticas como las de radio o televisión viajan a la velocidad de la luz) son en sí una gran noticia para la raza humana. Si fueran posibles los viajes interestelares, no hay duda de que las peores pesadillas de los aficionados al subgénero de terror dentro del género de la ciencia ficción, tendrían altas posibilidades de materializarse. La última incógnita de la ecuación de Drake, y la más concluyente e inquietante al mismo tiempo para la solución final, es cuanto tiempo puede durar una civilización tan desarrollada como la nuestra sin autodestruirse. Porque ya sabemos a estas alturas que el número de planetas parecidos a la Tierra en zonas habitables y con posibilidades de albergar vida, se mueve en grandes magnitudes.

El proceso de descubrimiento de este tipo de cuerpos celestes se ha convertido en rutinario y ya no constituye noticia digna de resaltar en los medios convencionales. Con los nuevos instrumentos de observación desde el espacio, y en la Luna sobre todo en un futuro razonable, nuestra capacidad de detectar mundos que reflejen posibilidades de albergar actividad inteligente aumentará exponencialmente. Y es en esos mundos (36 o los que sean) donde centraremos nuestros esfuerzos de comunicación interplanetaria. De esa relación probablemente nacerá un nuevo mundo que, desgraciadamente, con toda probabilidad no estaré aquí para celebrar.