Palabras pronunciadas por Logan 5, que desertó de la Ciudad de las Cúpulas.

Muchos se preguntan cuándo abandonamos la simple condición animal para entrar de lleno en la esencia humana. Son muchas las respuestas que han tratado de resolver el enigma para esclarecer algo que debió de ocurrir en las profundidades más lejanas y oscuras de la prehistoria humana. Entran en juego, trabajosamente enumeradas, como cuando los malos estudiantes refieren las supuestas causas de un proceso que no entienden, diversos factores: la tecnología, la religión, las mutaciones genéticas, la manipulación de alimentos. Quizá ignoramos lo más sencillo, aquello que convirtió en humana a la humanidad pudo haber sido algo mucho menos complejo y sin embargo mucho más misterioso. Probablemente siempre habitó con nosotros un lazo que vinculaba a los seres humanos entre sí y con la naturaleza que nos rodeaba, algo que era ya el amor pero que a la vez no lo era del todo porque no lográbamos, en aquella lejana noche madre de todas las noches oscuras ignorantes del fuego, concentrar en un solo objeto el impulso cósmico, esa filialidad universal que hacía girar los planetas alrededor de sol, mover las mareas y hacer que las plantas crecieran y los animales se buscaran entre sí.

Pero un día, de manera milagrosa, espontánea, en un segundo que durara quizá un millón de años, nació el amor concentrado en un objeto, en una persona, un ser indefenso, quizá un niño, quizá un herido o incluso un anciano. Y cuando por primera vez en nuestra fresca e incipiente historia decidimos conservar la vida y amar a quien nada práctico, por indefenso como estaba, podía hacer por el grupo en el que vivía, entonces y solo entonces empezó la humanidad. Porque uno se reconoció en el otro, y ambos se amaban. El ser humano nació, por tanto, del amor gratuito y sin la esperanza que todo lo da y nada espera a cambio, y que está más allá de las palabras porque quizá fuera incluso anterior a cualquier idioma vivo o muerto de la Tierra. Ni los poetas, que son con mucho los seres más sabios de nuestra especie, lograrán definir ese amor jamás. El amor por aquellas otras personas sin las cuales correríamos más, tendríamos más posibilidades de sobrevivir frente a los depredadores y menos necesidades alimentarias que cubrir. En la noche de la historia tomamos la decisión más contraproducente, menos práctica y menos rentable de todas. Gracias a aquella mala decisión nació nuestro rostro humano, nuestra verdadera humanidad.

Por desgracia en algún momento perdimos el camino. De manera sorprendente, crecimos, prosperamos y convertimos en el mundo en el escabel de nuestros pies, y la naturaleza entera en nuestro mercado de provisiones. Trasmutamos los valores y acabamos confundiendo valor y precio. Durante unos momentos, milésimas de segundo medidos con la escala del universo centelleante plagado de estrellas, que para nosotros fueron probablemente siglos, mantuvimos la ficción de cuidar y amar a los nuestros. Pero la fría razón técnica, encumbrada como despótica diosa única en el cielo, proclamaba los mandamientos de la rentabilidad, del egoísmo y del placer estéril.

Sobre las ruinas de una civilización arrasada por catástrofes olvidadas que nadie recuerda aunque su cicatriz siga siendo visible, se levantó la fantástica Ciudad de las Cúpulas, con el urbanismo más avanzado, las infraestructuras más eficaces. Todo gestionado hábilmente por tecnologías inteligentes. El ser humano había reconquistado de repente su esencia adánica, juvenil, jamás había de ser viejo y viviría en un mundo cerrado, seguro, a salvo de cualquier amenaza, de cualquier intrusión, defendido por la solidez de sus muros y bóvedas. En el interior el paraíso artificial de los placeres y del bienestar. No había enfermos, y ¿dónde estaban los ancianos? Ni los hay ni los habrá jamás en la Ciudad de las Cúpulas, apartados de la vista primero, sacrificados y abandonados hasta morir después por ser ineficaces y caros. Al final simplemente inexistentes.

Imaginaba el mundo de fuera inhóspito, desolado. Bajo las bóvedas todo era grande y magnífico. El ser humano se proclamaba inmortal y joven, sencillamente abandona la vida para renovarse cuando aún estaba en la plenitud de sus fuerzas en medio de una fiesta jovial, multitudinaria y alegre, un gran ritual de renovación que nos parecía un carrusel, aunque fuera una hecatombe en realidad, el mayor y más multitudinario sacrificio humano de todos los tiempos.

Bajo el amparo de aquel mundo olvidamos la ley del amor incondicional, del amor que nada espera. Nos complacía despreciar aquello que nos había movido al dolor o a la conmiseración y decidimos que sencillamente era bueno erradicar la vejez, prohibirla, borrarla finalmente de nuestra mente para que no nos perturbara jamás. Pero yo, Logan 5, asfixiado, angustiado, me evadí de la Ciudad de las Cúpulas, para no llevar la apariencia falsa de una existencia vacía; emprendí el camino de la huida que me llevó primero a regiones desoladas. Y cuando por fin tomé la resolución de amar sin miedo mi vida fue plena entonces, y el mundo me pareció bello e infinito.