Situados sobre la superficie terrestre, estaremos en el punto cero de la verticalidad, eje por el que podremos subir o bajar. Para ello, necesitaremos de una escalera más o menos larga, según el punto de destino, hasta llegar a los cielos; como la que soñó Jacob, por donde «los ángeles de Dios subían y bajaban» bajo la atenta mirada del Creador, o descender a sus antípodas en los mismísimos infiernos.

Digamos de entrada que circular por una escalera es tarea que requiere atención y destreza. Pero adviértase que técnicos en la materia (entre ellos, Julio Cortázar) han escrito instrucciones muy precisas sobre cómo subirlas, dando cuenta del proceso ascensional, ya sea de frente, o contra natura; es decir, de espaldas o de costado. Pero aunque dice Cortázar que en un lugar de la bibliografía del que no quiere acordarse «se explicó alguna vez que hay escaleras para subir y escaleras para bajar», nadie cayó en que es de rigor orientar al usuario que lo hace en un sentido o en otro. Aunque si se tratara de ángeles o mortales gallegos, no podríamos saber seguro si suben o bajan, según criterio generalmente admitido.

Para bajar una escalera, la primera condición de obligado cumplimiento es haberla subido primero, porque nadie puede descender de donde no ha ascendido, si damos por supuesto que no se dirige de entrada a las entrañas de la tierra: sótano, garaje o el propio infierno. Como al final de la escala suele haber un descansillo, lo tomaremos como atalaya para estudiar la geometría variable de este laberinto quebrado, que en todo caso hallaremos minuciosamente descrito en el tratado del tal Cortázar.

Tomadas, pues, las medidas necesarias, iniciaremos el movimiento de la parte del cuerpo llamada pie; pero no hacia arriba, como al subir, sino bajando hasta el primer plano horizontal, donde la asentaremos para dejar caer sobre ella todo el peso, al tiempo que encogemos y avanzamos el otro pie (recuérdese la coincidencia entre el nombre del pie y el del pie, que ya señaló Cortázar) adelantándolo y pasándolo junto al antedicho pie, para bajarlo al segundo plano del artefacto. Y así sucesivamente, en un maniobrar continuo del pie y el pie. Aunque si usted va muy cargado o anda mal de esos pies, bajará cuidadosamente, poniendo el pie y el pie, uno junto al otro, en el mismo escalón, para afianzar el cuerpo sin tenerlo ni un momento vacilando en el aire.

En cualquier caso, toda precaución es poca, porque la fuerza de la gravedad y la llamada de la inercia puede llevarnos a invertir los términos, bajando de coronilla, con la cabeza rebotando en cada peldaño y uno y otro pie por alto, como muy bien retrató el pintor Eduardo Arroyo a un caballero de etiqueta en su obra Vestido bajando la escalera (imagen).

Aunque si ustedes gustan de lo improvisado y alternativo, sin instrucciones ni consignas, al menos sigan la del famoso cantautor, que dictamina que «cada uno es como es, cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere».