No tienen la culpa de ser tan eficaces, aunque nos causen tantos y tan severos problemas.

El mejillón cebra o el picudo rojo, como tantas otras especies invasivas, viven sus vidas como saben vivirlas, trayéndoles al fresco si nos taponan los sistemas de riego o nos destrozan las palmeras. Y muy bien que hacen.

La culpa no es de estos bichos que se instalan donde encuentran buenas condiciones para hacerlo, sino nuestra. Nosotros creamos esas condiciones y frecuentemente trasportamos a las especies, queriéndolo o sin querer, hasta nuestra propia casa, terminando por generar daños en el ecosistema en el que se introducen y provocando problemas económicos. Es bien conocido el caso de los conejos europeos que se introdujeron en Australia y que constituyen una verdadera plaga en aquel país. Eso es una especie introducida que se comporta como invasora.

Como decía, dos buenos ejemplos los tenemos muy cercanos a nosotros: el mejillón cebra y el picudo rojo.

El pequeño escarabajo de largo pico ataca a las muy baratas palmeras que en las épocas de vino y rosas fueron acarreadas desde Egipto o Libia en contenedores que surcaron lejanos mares, arrancadas a saber con qué prisas de sus lugares de origen, estresadas, trasportadas en camiones bajo el sol inclemente, depositadas después en viveros donde prácticamente llegan secas, y regadas por fin con furia hasta que consiguen recuperarse para ser al cabo plantadas en los bordes de los viales, en el jardín de las casas o en las áreas de golf.

El mejillón cebra, acarreado involuntariamente de masa de agua en masa de agua hasta llegar al Segura, amenaza con instalarse entre nosotros casi como en casa.

Conocemos otras muchas especies que se comportan entre nosotros como invasoras. La caña común (Arundo donax), presente en gran medida en la primera banda de los bosques de ribera, la Caulerpa taxifolia, conocida la pobre como el alga asesina, que amenaza a las autóctonas y muy útiles praderas de Posidonia. Los Carpobrotus, más conocidos en familia como Uña de Gato, que no tienen la culpa de ser plantados en taludes de obras o carreteras y luego se quieran buscar la vida invadiendo campos y ecosistemas.

El cangrejo americano de río, que está terminando por desplazar al autóctono. La gambusia, la malvasia canela, un pato introducido que a punto está de extinguir nuestra malvasía cabeciblanca, el visón comercial que escapado de sus jaulas compite con el autóctono, el siluro, la trucha arco iris, el gobio, las tortugas de Florida, tan monas, que liberadas por sus dueños apenas dan oportunidades a nuestro galápago autóctono. Las ruidosas cotorras argentinas, que de latinoamericanas se han convertido en murcianas. La Araujia sericífera, una enredadera que asfixia los cítricos…

Y, en fin, toda una pléyade de animalitos y plantas que saben hacer lo que saben hacer y que están ahí, agazapados, a la espera de que nos sigamos equivocando en la gestión de los ecosistemas para venir a visitarnos, pero no de turistas sino para quedarse.