En todas las épocas y culturas existieron mujeres que por deseo o necesidad adoptaron una identidad masculina, negándose a aceptar los roles de género establecidos en la sociedad. Algunas se disfrazaron, se travistieron ocasionalmente; otras, sin embargo, vivieron como hombres parte o la totalidad de sus vidas.

Lo que motivó a estas mujeres a cambiar su nombre y su aspecto fue, casi siempre, la injusticia de no poder acceder a la cultura, a los espacios de aprendizaje de su época; a los espacios de poder y de no estarles permitido ejercer la profesión que querían, ni cumplir sus sueños.

Uno de los primeros casos conocidos es el de la reina egipcia Hatshepsut, quien desafió las leyes para conseguir el puesto más alto que se podía alcanzar, el trono del Antiguo Egipto, predestinado únicamente a los hombres. A pesar de que la mujer egipcia gozaba de prácticamente los mismos derechos que los hombres, en la práctica rara vez las mujeres eran activas en la administración y en los altos cargos de poder.

En tres millones de años de historia, la mayoría de los estudios solo reconocen cuatro o cinco mujeres que lograron gobernar Egipto durante unos pocos años, y en todos los casos accedieron al poder debido a una crisis sucesoria, cuando no había miembros masculinos con sangre real en edad de gobernar.

Fue Hatshepsut la única que no renunció al trono cuando Tutmosis III cumplió la mayoría de edad, y para refrendar su autoridad optó por ponerse los atributos de los faraones: el tocado nemes, la falda shenti y la barba postiza, con los que se hizo representar en los relieves y estatuas. Además, adoptó los epítetos reales masculinos del Rey del Alto y el Bajo Egipto y Señor de las Dos Tierras.

Desgraciadamente, y a pesar de que su mandato de veinte años fue un periodo de paz y prosperidad en todos los ámbitos, toda referencia a su figura y su reinado fue objeto de una damnatio memoriae durante las dinastías posteriores, seguramente por haber osado proclamarse faraón siendo mujer, en contra de las creencias religiosas. Toda su obra e iconografía fueron destrozadas y su nombre borrado de la Lista de los Reyes.

No fue hasta finales del XIX que su nombre fue restituido en la Lista y en 2005 se inició una investigación para intentar resolver el misterio del paradero de su momia cuyo hallazgo fue anunciado en 2007.

A Agnódice, una ateniense del siglo IV a. C, no se le permitía estudiar ni ejercer la medicina por lo que decidió vestirse de hombre y trasladarse a Alejandría para estudiar. Tras volver a Atenas, empezó a ejercer la ginecología manteniendo su apariencia masculina. Su profesionalidad provocó la envidia de sus colegas y los celos de los maridos quienes la denunciaron y la acusaron de seducir a sus mujeres. Finalmente, aunque fue condenada a muerte por hacerse pasar por un hombre y por ejercer una profesión prohibida para las mujeres, fue absuelta gracias a la movilización de las mujeres que habían sido sus pacientes y a la vez esposas de sus denunciantes. A partir de ese momento se levantó la prohibición, permitiendo a las mujeres de Grecia practicar la medicina.

En Alemania, en las primeras décadas del siglo IX, nacería la protagonista de una de las historias más increíbles y rodeadas de misterio de la historia. Hablamos de Juana, una niña que creció en un ambiente familiar muy estricto, con un padre déspota y maltratador, un sacerdote al que horrorizaba el interés que su hija demostraba por los libros y los escritos religiosos que poseía.

Para escapar de ese ambiente y poder desarrollarse intelectualmente, decidió hacerse pasar por hombre y viajar de monasterio en monasterio, donde Juana, a partir de ese momento Johannes Anglicus, destacaría como copista lo que le permitió adquirir conocimientos de medicina. Viajó a Constantinopla y Atenas donde entró en contacto con los saberes de los grandes filósofos griegos, a la vez que amplió sus conceptos de medicina. En Roma, fue presentada al papa León IV quien, sorprendido por su erudición, la introduce en el Vaticano, donde ejerció como médico además de llevar asuntos internacionales. A la muerte del Pontífice, la Papisa Juana sería la elegida para ocupar la silla de San Pedro. La 'historia' que nos ha llegado habla de una mujer con una vida sexual activa, que cometió el pecado de la carne, se quedó embarazada y se puso de parto durante una procesión en Roma. Este fue el final de su historia o de su leyenda.

La historia de Agnódice, como la de la papisa, continúan siendo un misterio histórico, al contrario que la de Margaret Ann Bulkley, cuya identidad se mantuvo en secreto hasta varios años después de su muerte. Margaret Ann, nacida en Belfast a finales del XVII, estudió medicina y se especializó en cirugía, con la ayuda de su familia, con el nombre James Barry. Como médico del ejército británico recorrió el Imperio, siendo en África donde desarrolló gran parte de su carrera profesional. Recibió numerosos reconocimientos por sus avances en el control de enfermedades como la sífilis y la lepra, además de por obtener índices de supervivencia en operaciones superiores a la media y de ser un reformador sanitario comprometido. Aunque parece probable que algunas personas cercanas compartieran su secreto, no fue hasta el momento en el que preparaban su cuerpo para el funeral cuando se constató que era el de una mujer con marcas que delataban que había sido madre. El afamado cirujano e Inspector General de Hospitales fue enterrado como James Barry y el ejército cerró todo acceso a sus documentos durante unos cien años, hasta 1950.

Es a partir del siglo XX cuando se conocen muchas historias de mujeres que se han camuflado tras entidades masculinas para poder estudiar, no tener que casarse, huir de una suerte incierta o simplemente para participar en actividades que no les estaban permitidas. La historia está llena de mujeres que se travistieron para participar en guerras, en competiciones deportivas, en exploraciones científicas; mujeres que cambiaron su nombre y usaron seudónimos para infiltrarse en un territorio de hombres porque siglo tras siglo hemos visto cómo se nos ha negado el acceso a las letras, a la ciencia, al arte y, en definitiva, a la historia.