Una de sus armas políticas es la cultura de la cancelación, despidiendo a la gente de sus trabajos, humillando a los discrepantes, pidiéndo total sumisión a cualquiera que disienta. esta es la definición misma de totalitarismo, que es completamente ajena a nuestra cultura y a nuestros valores, y no tiene cabida en ningún lugar en nuestro país. Este ataque a nuestra libertad, a nuestra extraordinaria libertad, tiene que ser detenido.

En nuestros colegios, en nuestras redacciones, incluso en las salas de juntas de nuestras grandes empresas, hay un nuevo fascismo de extrema izquierda que demanda una lealtad absoluta. Si no hablas su idioma, celebras sus rituales, recitas sus mantras y sigues sus mandamientos serás censurado, expulsado, apuntado en una lista negra, perseguido y castigado. Pero eso a nosotros no nos va a pasar.

No nos equivoquemos. Esta revolución cultural de extrema izquierda está diseñada para derribar la Revolución Americana, y con ello destruirán la civilización misma que ha rescatado a millones de la pobreza, la enfermedad, la violencia y el hambre».

Este fragmento de discurso es uno de los más subversivos de los últimos años. Uno que se atreve a denunciar que el acoso personal, directo e inmisericorde hacia todo aquel que no comulgue con la doctrina social de la izquierda es el fascismo del siglo XXI. El que se atreve a señalar que el héroe no es el que se postra en el suelo en señal de lamento por años de racismo, sino el que se mantiene en pie ante una muchedumbre que le odia por discrepar.

La libertad del mundo moderno no puede construirse discriminando a los que hace siglos discriminaban. El feminismo no puede asentarse sobre la criminalización del hombre, del mismo modo que la lucha contra el racismo no puede sustentarse sobre la cancelación social del que arbitrariamente ha nacido blanco.

Ser verdaderamente respetuoso con el ser humano es serlo por su condición de individuo, en el que su género no importa para ser tan capaz como el que más, como niegan los machistas, ni tan pacífico como cualquier otro, como niegan las feministas. Haber nacido con un color de piel determinado no convierte a un ser humano en esclavizador por naturaleza, de la misma forma que haber nacido con el contrario no le convierte en un ser inferior por biología.

Ser liberal, que no es más que ser libre en todos los ámbitos, también en el de los prejuicios; es entender que las decisiones que hace siglos tomaran los que compartían color o género con nosotros no nos convierten ni en herederos ni en responsables de sus decisiones. Y por tanto, ninguna mayoría tiene derecho a imponernos su culpa o castigo por negarnos a asumir una responsabilidad tan racista como que ser blanco es ser opresor, o tan discriminatoria como que ser hombre es ser un asesino.

Esta obviedad, tan obvia como el discurso anterior, en Estados Unidos sólo la defiende Trump. Qué clase de mundo se nos está quedando en el que los razonables no se atreven a alzar la voz por la razón y los radicales tienen que defender a los normales que sólo piden que no les quiten su libertad para que su ser no esté condicionado por su condición al nacer.

Si los moderados no dan la batalla por la libertad, que nadie se extrañe si hasta el más centrado prefiere el extremo. Por desgracia, es el único sitio en el que nos permiten disentir.