Uno de los fenómenos más raros del Estado de Alarma y con peores consecuencias potenciales para la economía regional ha sido la demonización de los no residentes que vinieron a los municipios turísticos, donde muchos de esos ciudadanos suelen poseer una segunda residencia para pasar sus vacaciones . De hecho, nuestro presidente López Miras se fraguó un insospechado perfil populista cuando hizo sonar la alarma de que los madrileños nos invadían, poniendo a continuación todas las medidas a su alcance para evitar su arribada y demandando las no que estaban en sus manos al Gobierno central.

No solo ha sido un fenómeno murciano, ni mucho menos. Pero la reacción de los políticos ha sido diferente dependiendo de su catadura personal y su visión de futuro. Así, el presidente de Galicia se inclinó últimamente por todo lo contrario: reclamar en público que no se linchara moralmente a los visitantes madrileños y resaltando que gastan 319 millones de euros al año en Galicia. Porque, al fin y al cabo, el turismo residencial (subsector del turismo y del inmobiliario al mismo tiempo) produce enormes beneficios en los territorios que suelen ser destinatarios de la compra y disfrute de segundas residencias. Con un urbanismo discutible en las costas y recibidos como agua de mayo en la España desierta. Que no se permitiera a los ciudadanos (de este país o de otros) confinarse en la casa que le diera la gana, siendo suya, me pareció un grave atentado a los derechos de propiedad. Porque confinarse significa encerrarse, y para encerrarse da lo mismo hacerlo en una casa de Águilas que en otra de Boadilla del Monte o Albacete. Otra cosa es la restricción de viajar en transporte público, porque tampoco entiendo que se impidiera usar el propio coche en compañía de la familia para desplazamientos justificados como debería considerarse viajar a tu casa. Obviamente se han hecho muchas cosas mal en esta crisis. Ojalá aprendamos de ellas para las otras que desgraciadamente vendrán en el futuro.

Muchos murcianos se solidarizaron con la posición del presidente murciano, que a partir de ahora debería lleva el sobrenombre de 'Fernando López de las cortas Miras' por el daño potencial que ha infringido a nuestro sector de turismo residencial con su sobreactuación en el caso de la supuesta 'invasión de madrileños'. Porque no consta que fueran masas incontrolables las que invadieran las autopistas en dirección a La Manga o Águilas, como si se tratara de una escena sacada de Guerra Mundial Z, mi película favorita de zombis. Probablemente fueran algunos amiguetes de algunos de los que tienen acceso al oído del presidente los que le avisaron de algunos casos concretos, poniéndose a la altura de los que en los primeros días del confinamiento desataron la caza de brujas desde los balcones de sus casas increpando a los transeúntes que supuestamente estaban violando las sacrosantas leyes del Estado de Alarma. ¡Cómo le gusta al personal sentirse moralmente superior a los demás!

Especialmente preocupante para el sector son, y en esto no tiene culpa López Miras, las restricciones a los viajes internacionales, seguido por los legítimos miedos y auto restricciones a las que se están sometiendo los ciudadanos emisores de turismo residencial, que se han visto imposibilitados de acceder a sus viviendas en España, en Portugal, Italia o Grecia. Nos guste más o menos, una de las mayores corrientes de transferencia de riqueza en nuestro espacio económico europeo surge de la circunstancia de que los países más ricos son los que peor clima padecen. Entre el 10% y el 15% de las viviendas en nuestro país se vendían cada año a extranjeros, dependiendo sobre todo del factor de conversión de la libra al euro. Y digo que 'se vendían' en pasado porque ya llevamos varios años en que la desinversión en residencial va ganando terreno a las compras. Un fenómeno que sin duda se agudizará ante la constatación de que tener una casa en un país distinto al tuyo implica limitaciones como la de no poder usarla ni alquilarla en situaciones críticas como la provocada por el Covid 19.

De hecho, fenómenos como la eclosión de campos de golf residenciales que se produjo con Polaris en la era de la burbuja, ya no son concebibles para un futuro. Grandes promotoras como Quabit han anunciado la paralización de todas sus promociones en España. Muchos opinarán que eso es positivo para el entorno natural y la ecología. Y yo me sumo a esa opinión, pero los cambios económicos no se deberían producir por shocks de demanda repentinos, como el que probablemente sufrirá el sector del turismo residencial en los años venideros por esta crisis. De aquí a que convirtamos Murcia o España en la California europea con su Silicon Valley incluido, repleto de startup tecnológicas financiadas por inversores de riesgo, faltan unos cuantos lustros. Y de algo tenemos que vivir mientras tanto.

El lobby hotelero (muy fuerte en este país) presiona para estrangular el sector de turismo residencial allí donde puede. El paradigma es Mallorca, donde los sucesivos Gobiernos de izquierdas han limitado cada vez más las posibilidades de promocionar segundas residencias. Lo que más temen los hoteleros a día de hoy es que esas segundas residencias se conviertan en inversiones muy rentables para sus propietarios mediante la explotación intensiva en las plataformas de alquiler turístico como AirbnB, Booking o HomeAway, una posibilidad que antes estaba muy limitada y ahora les asusta porque los ven como competencia desleal. Esta es una visión equivocada de parte a parte, porque el turismo es un sector donde la oferta genera demanda, y para demostración me remito a los ochenta millones de turistas que recibimos el pasado año en España, con el fenómeno del alquiler de estancias cortas en pleno auge.

Esfuerzos restrictivos de hoteleros y políticos que están destinados al fracaso, porque mientras en Escocia o Dinamarca sufran el clima típico de los países ribereños del Mar del Norte, siempre encontrarán el camino para disfrutar con casa propia de las cálidas aguas y del sol del Mediterráneo.

Otra cosa es que nosotros sepamos aprovechar la riqueza que nos proporcionan esos turistas (propietarios) que algún día acabarán gastándose sus sustanciales pensiones en nuestros chiringuitos, supermercados, peluquerías, y también pagando tasas e impuestos. Deberíamos recibirlos con los brazos abiertos y reclamando su derecho a disfrutar en nuestras tierras cada vez que puedan. Al fin y al cabo, una segunda casa es también su casa. O por lo menos eso es lo que les habíamos contado hasta ahora.