Me gusta el cine. Admiro (y me gusta) el western. Es como el género de los géneros. En el Oeste está todo: personajes hondos, paisajes abiertos y sugerentes, historias de seres humanos que se afanan por vivir, héroes, villanos, pistoleros, amor, odio, gente corrupta, hombres luchadores y aventureros, indios amenazantes, enterradores borrachos, peleas, whisky, románticas chicas de salón y adolescentes que, con los ojos abiertos de par, en para se afanan por escudriñar una vida que se presagia difícil. Es el Oeste, es la vida. Y en medio de ese ambiente sugerente y abierto, de vez en cuando se oscurece la pantalla y aparecen los matones, los asesinos a sueldo que se ríen de la vida de los demás y son incapaces de sentir nada cuando aprietan el gatillo. Ahí es nada cuando aparecen estos tipos en Raíces profundas. Desde que salen en la pantalla, sientes ganas de hacerlos desaparecer del celuloide y de mandarlos a la porra de un buen guantazo.

Una de las películas del Oeste que más me han impresionado ha sido Solo ante el peligro. Con una soberbia fotografía en blanco y negro, Gary Cooper irradia luz en un universo sombrío y terrible. La historia nos habla de un sheriff que es dejado totalmente solo por todos los ciudadanos cuando el bandido al que apresó en otra ocasión, uno de esos tipos duros matones, queda en libertad y piensa volver al pueblo para vengarse. Llega el miserable en cuestión de idéntica catadura. La primera reacción del protagonista es huir. Su esposa es guapa y tierna, su trabajo es bueno y con porvenir. Por otra parte, es un hombre de paz. ¿Por qué, entonces, ha de dar la cara y jugarse la vida?

Cuando pide ayuda a sus amigos, estos le dan la espalda; las autoridades no quieren saber nada de él; el pueblo, atenazado por el miedo, se parapeta tras los cristales de sus casas. Solo le queda su esposa. Y esta le dice que no, que no vale la pena defender la justicia cuando se tienen las de perder, que hay que pensar en el futuro y largarse de aquel pueblo cuanto antes, que una cosa es ser héroe y otra ser un tonto. Y que adiós muy buenas. El sheriff, irradiando más luz que nunca, la mira y le dice: «Si huimos ahora tendremos que estar huyendo toda la vida». Y allí la música sube de volumen y Gary se levanta y, serenamente sale a la calle a dar la cara y a luchar para defender a unos ciudadanos cobardes a los que, a pesar de todo, debía proteger.

Para los cristianos la prudencia que lleva al inmovilismo es un peligro permanente. Es complicada la historia que nos toca vivir con sus mil problemas, sus hambres, sus guerras, sus enfermedades y por si faltaba algo su pandemia, su coronavirus con sus estragos. A veces sentimos la tentación de atrincherarnos en nuestra vida, en nuestras costumbres y en nuestras preocupaciones; no queremos jugarnos nada por nadie; total -pensamos-nada cambiará. Nuestros jóvenes tienen hoy un difícil futuro. En este mundo sombrío y gris necesitamos levantarnos, creer en nosotros, salir a la calle y dar la cara. Necesitamos inventar, confiar, cambiar, recomenzar una y mil veces con la certeza de que huir de la realidad es, en el fondo, huir de nosotros mismos, dando la razón a la cobardía más mediocre.

En nuestro corazón siempre hay un oeste salvaje y libre que nos invita a la generosidad aventurera. Recuerda las palabras del sheriff: «Si huimos ahora, tendremos que estar huyendo toda la vida».