Una vez más se ha llevado a cabo el rito. Bien es verdad que ya no es como antes, que casi nadie se traslada a su lugar de veraneo en las playas de Murcia - Mazarrón, Águilas, La Azohía, San Javier, Los Alcázares, Los Urrutias, Los Nietos, etc. - como se hacía hace años. Quiero decir que raramente ves a la gente llegar con el coche cargado hasta arriba, con la baca puesta, y, sobre ella, desde un colchón hasta un saco de patatas, o una paellera y dos cazuelas, o una caja de fruta, todo bien atado con cuerdas, que lo de los 'pulpos' de gomas fue muy posterior. Los niños que viajaban dentro del coche solían llevar en los pies algunas bolsas que los obligaban a mantener posturas raras, y, a veces, una fuente de loza que la madre le había dado a uno, porque no se fiaba de que se rompiera en el maletero: 'que la fuente era de mi bisabuela y siempre se ha servido aquí la ensalada de patatas cocidas del verano. Como se rompa, te mato, Pepico'.

Y, aún antes, alguna gente llegaba en un camión pequeño, con la familia sentada arriba, con las sillas atadas a los laterales de la caja de carga, y los bultos alrededor. Solía ser personal que no tenía coche, y que, o bien tenían camión, o se lo prestaba un cuñado, o un vecino, para hacer el traslado. En aquellos tiempos, no tan lejanos, aproximadamente la mitad de los veraneantes de estos lugares iban de alquiler. Era corriente que algunos habitantes, gente sencilla, de estos pueblos costeros que eran propietarios de casas, las dejaran libres en verano trasladándose a vivir con familiares en otros pueblos y alquilaran sus casas. A menudo por quincenas, o por un mes, en algunos casos, no muchos, para todo el verano. Así conseguían un dinero extra.

Ciertamente que todo esto ha cambiado. Quienes poseen un apartamento o una casa en la playa suelen tenerlo dotado de lo más necesario, y ya nadie traslada colchones de su domicilio habitual al lugar de veraneo. Y, si alquilan, encuentran allí la dotación oportuna, aunque siempre suele haber alguien que se trae los cubiertos de su casa porque 'Dios sabe quién se habrá metido estos en la boca'. Otra costumbre que ha cambiado es la de amueblar las casas de la playa con lo que se iba poniendo viejo en el domicilio habitual, o lo que desechaban los familiares: 'No tires esa silla, aunque esté coja, que a mí me viene bien para la cocina de la playa', se decía, o se le cambiaba el dormitorio a Juan Francisco porque la cama se le ha quedado pequeña, y se llevaba todo lo viejo a la playa, donde también dormía Juan Francisco, pero con los pies fuera de la cama. Los hogares playeros, limpios y cuidados como una patena, solían ser un muestrario de sillas cojas, mesas viejísimas y camas con somieres de antes de la guerra.

Pero el personal era feliz. Nada más llegar, los críos salían corriendo hacia el mar, se tiraban al agua y gritaban y reían con alegría. Y los padres se sentaban en las terrazas un rato a respirar el aire húmedo del mar, y se miraban, él a ella, y ella a él, felices porque podían ofrecerles a sus hijos esos días tan saludables para ellos, de vida al aire libre, de escapar del calor agobiante del interior de la Región. También pensaban que, como cada verano, el descanso del trabajo les haría tener una vida sexual más activa, porque, en la playa, de vacaciones, todos, jóvenes y menos jóvenes, hacían mucho más el amor, o, como se dice ahora, follaban más.

Y, ya les digo, muchos hemos vuelto a cumplir el rito, y nos hemos trasladado a nuestras casas de la playa, lo que ocurre es que algunos, los que estamos en ciertas zonas del Mar Menor, hemos llegado y nos hemos encontrado carteles en la orilla que dicen: 'Precaución: áreas de lodos en el mar', aunque lo que debería decir y no se han atrevido a ponerlo, es 'Agua no apta para el baño', que es la verdad, la asquerosa verdad con la que hemos de enfrentarnos este año, porque los señores que nos gobiernan no han sido capaces de ponerse de acuerdo y arreglar, aunque solo sea provisionalmente para que podamos pasar el verano, estas playas del Mar Menor, cagondié.