Las religiones, en su forma social habitual, son excluyentes entre sí. No se puede pertenecer a dos religiones de manera plena; se pertenece a una o a otra, en todo caso a ninguna, pero nunca a dos.

La excepción viene con la nueva religión que es el Neoliberalismo. Es la única a la que se pertenece sin abandonar la propia; es más, sus fieles, que los tiene y muchos por todo el planeta, no se mostrarán miembros de esa fe, sino que seguirán adscritos formalmente a los credos tradicionales como cristianos, judíos, musulmanes, budistas o incluso se llamarán escépticos y hasta ateos. Es una religión muy poderosa, porque cuenta con ritos y mitos, con liturgias y dogmas, pero no lo aparenta. Se pertenece a ella sin saberlo y hasta sin quererlo.

Se es neoliberalista a pesar de uno mismo, sin necesidad de un rito de paso ni de una inscripción oficial. El fiel del Neoliberalismo vive inmerso en su denominación tradicional: acude o no a las celebraciones, muestra o no signos externos de pertenencia según un criterio más secularizado o menos, colabora con su comunidad creyente y dice ser miembro de la misma en las encuestas demoscópicas, pero en su fuero interno y en su vida normal diaria es un verdadero fiel neoliberalista.

El neoliberalista, él o ella, es indiferente, cree que su esfuerzo amerita una recompensa que debe disfrutarse lo más intensamente posible, pues su trabajo le ha costado; espera que la sociedad no le impida ese disfrute y se organice según criterios meritocráticos puros, es decir, quien obtiene la riqueza es quien la merece, quien no la obtiene debe resignarse a ser un mero instrumento de la riqueza de los bendecidos por la naturaleza. La sociedad no es otra cosa que una lucha feroz omnium contra omnes en la que la victoria lo merece todo y la derrota nada. El neoliberalista desprecia a los fracasados, a los pobres y descartados, por eso colabora o funda entidades caritativas, para impedir a los no elegidos que encuentren el camino de su libertad: la construcción de una sociedad justa donde lo común prevalezca sobre el egoísmo individual.

Dentro de la Iglesia hay muchos neoliberalistas con ropaje cristiano, que travisten de voluntad divina lo que no es sino fruto de decisiones económicas y políticas que permiten a algunos apropiarse de lo que la sociedad en su conjunto produce mediante la colaboración de todos. El Neoliberalismo ha infectado gravemente a muchos dentro de la Iglesia. Esa infección es de difícil cura, requiere de una metanoia, de una transformación, que le permita renegar de su egoísmo personal, de las pulsiones internas exacerbadas por un sistema que desata el deseo y glorifica el goce como categoría ontológica. Como dijera un padre de la Iglesia: el que es rico es ladrón o hijo de ladrón, su riqueza es fruto de la injusticia, no del mérito.

Toda riqueza es una creación del conjunto de la sociedad y a ella debe estar referida. Ser cristiano es aceptar que todo proviene de Dios y que las riquezas son medios para la comunión.