Ha costado mucho llegar al 'estado del bienestar' del que aún disfrutamos, unos más que otros, y ojalá quienes nos gobiernan hagan lo necesario para que siga siendo así por muchos años. Desconozco si la Seguridad Social fue un invento de Franco, como dicen algunos, pero, con sus muchos defectos, para mí es una gran conquista. Mejorable infinitamente, pero un gran invento.

En ese sentido, creo que el horizonte al que se debe aspirar es saber adaptar los pilares en los que se asienta la Seguridad Social, y en general el sistema laboral, a las verdaderas necesidades sociales. Me refiero a las circunstancias necesarias, profundas y de calado, no a las ocurrencias pasajeras, que seguro que te viene alguna a la cabeza.

Entre los logros bárbaros, por ejemplo, yo me quedé maravillada cuando supe cómo funciona el sistema de cotización para el colectivo de empleados de hogar. Por cierto, que deliberadamente he dicho empleados en masculino plural, porque la RAE ha dicho que engloba ambos géneros, y que es redundante decir empleados y empleadas. Qué descanso, y cuánto cuesta que el sentido común se abra paso.

El caso es que el grueso de los empleados de hogar, salvo los internos, suelen tener unos cuantos empleadores. Imagínate el follonazo a la hora de hacer contratos y de cotizar a la Seguridad Social por cada uno de esos trabajos. Algún lumbrera (de vez en cuando hay alguno) pensó en un sistema proporcional entre todos los empleadores y el propio trabajador, con lo cual se lograba la cuadratura del círculo: nadie pagaba de más, y el trabajador tenía cobertura legal y derecho a la Seguridad Social por toda su vida laboral, sacando de paso las horas o los días sueltos de la economía sumergida, y quitándole el miedo a los trabajadores de caerse en la casa equivocada, teniendo un accidente que no les generase derecho a baja, ni a prestación alguna por accidente laboral.

En cosas así da gusto que se avance. En particular, el colectivo de empleados de hogar ha evolucionado a veces a la categoría de asistentes personales, y es de justicia, además, que se les dé visibilidad como colectivo laboral. Que dejen de ser 'el servicio', con esa carga despectiva que lleva el término.

En éstas han llegado Pablo Iglesias e Irene Montero, con ese afán suyo de querer pasar a la posteridad por sus aportaciones sociales. Desde luego, si se ganan un monumento, va a ser el monumento a la palabrería tontuna y vacía, aparte del premio a los timadores más avezados después de Bonnie and Clyde. Ahora vuelven, aunque no lo digan todavía, con que hay que legalizar la prostitución. Toma ya.

No sé todavía si el ministerio de Igualdad se ha puesto a idear un sistema de declaraciones trimestrales de IVA, y va a hacer a los trabajadores tributar como autónomos, con cuota fija mínima mensual de trescientos euros. O mejor van a pedir que se retraten los empleadores y paguen cada uno en proporción al uso o al servicio recibido.

En cualquier caso, esta vez, la ocurrencia, si va en serio, es sencillamente asquerosa. Para salir de dudas, sólo hay que preguntarle a cualquiera de los dos si cambiaría su trabajo por pasar una noche en la esquina, no sólo sufriendo frío o calor, sino soportando todo lo que soporta una prostituta. No creo que cotizar a la Seguridad Social dignifique un trabajo que, de por sí, atenta contra la dignidad humana.

Es como si con los empleados de hogar se hubiera dado la opción de que alguno trabajara en régimen de esclavitud. Tendría casa y manutención garantizada, a cambio, sencillamente, de depender legalmente de su amo mientras viviera. Existía un estatuto jurídico completísimo, en Derecho Romano, que contemplaba tanto las formas en las que una persona podía convertirse en esclavo, como el modo, y las causas legales que debían concurrir, para ser manumitido. Pregúntale a Adolfo Díaz-Bautista.

Creerán, estos almas de cántaro, que las prostitutas eligieron serlo, antes que montar una peluquería o ser dependienta, que da mucha pereza.

Queda muy guay eso de ser liberal. El otro día, uno de esos personajes de la tele que no sé de dónde salen, presumía de haber sido acompañante ocasional cuando sus circunstancias fueron difíciles. Como si serlo tuviera algo de glamouroso.

Pero la realidad de la prostitución es que son seres desamparados, que no han conocido en su entorno otra forma de ganar veinte euros, y que, si conocen otro método, o es ilegal o es más peligroso que el suyo. Que se ven forzados por otras personas, o por las circunstancias, a hacer lo que nadie quiere. Que, en fin, y como decía Shakespeare, es su pobreza la que consiente, no su voluntad. Que no intenten engañarnos.