Hace menos de medio siglo, los árabes que asomaban por aquí eran esporádicos, y venían solos, como de avanzadilla, buscando un medio de vida que en su tierra no encontraban, y si lo encontraban, y podían conservarlo con cierta seguridad, luego ya veríamos qué. La agricultura era el sector productivo cuya mano de obra los estaba esperando: necesitada, barata, entregada, menos exigente y condicionada que la autóctona, sin problemas ningunos. La simbiosis fue tan favorable que el efecto llamada, si bien tímido e irregular al principio, no se hizo esperar. Venían solos o en grupos a trabajar, sin excesivas condiciones de acogida. El primer Gobierno socialista quiso poner cierto orden en lo que se estaba yendo de las manos, así que dictó algunas normas, hizo cumplir las leyes de contratación: había que enviar ofertas de trabajo previas para que pudieran venir, y lanzó la Guardia Civil a los bancales en labores de inspección, pidiendo papeles. Avisos, levantada de actas, sanciones, estampidas de ilegales por los barbechos era el pan de cada día.

La reacción de la empresa agrícola, importante, sectorial y conservadora, no se hizo esperar. A esos intereses no interesaban dichas condiciones, y las quejas y las presiones obtuvieron sus frutos: se dio luz verde a un sistema guardado en los cajones de la administración durante largo tiempo: se autorizarían las ETT (Empresas de Trabajo Temporal). Entonces yo militaba en la pomada de la COEC, y nuestra territorial pachequera llegó a acoger la Confederación Regional de las mismas. Un negocio en auge. Aquello parecía ser el bálsamo de Fierabrás. Yo llegué a confesarle a Julia, mi secretaria, que entonces (ayer) traían soluciones, y en el futuro (hoy) traerían problemas. El sistema anterior, el emigrante venía en descubierta, visitaba finca a finca, patrón a patrón: «Ven dentro de un par de semanas, que tengo que cortar el melón, y a lo mejor?». En el actual, se dirige a las ETT las demandas y necesidades de mano de obra de toda la región, y los mandan aquí o allí dónde se necesitan cuando se necesitan. Para el patrón, que antes debía presentar en la delegación de Gobierno tantos contratos de tal duración solicitando esa mano de obra responsabilizándose de la misma y de sus condiciones de estancia, ahora solo tiene que dirigirse a la ETT y pedir lo que necesita para cuando lo necesita, sin mayores responsabilidades. Ni punto de comparación tanto para unos como para otros. Cómodo y sin riesgo. Y empezó a funcionar el invento.

El resultado lógico fue el asentamiento de esa mano de obra importada en las ubicaciones de los centros de contratación, y, en consecuencia, las posteriores reagrupaciones familiares, a la que cualquier ser humano tiene derecho, por cierto, en cualquier país civilizado no esclavista. En principio, vale. Pero a toda acción sigue una reacción: «Esto ya no es gentilandia, esto es morolandia», o «nos van a invadir». La población autóctona empezó a rebelarse contra los resultados de este modelo. Vale que vienen para trabajar nuestros campos y que nosotros vivamos de la riqueza producida (PIB), pero es que llenan nuestras calles, traen sus costumbres, montan sus tiendas y talleres, y, lo que es peor, no se adaptan a nuestra cultura. Un rechazo que no tiene en cuenta que vienen a ocupar los puestos de trabajo que nosotros no queremos, si bien aquí, es la Administración la que ha fallado rotundamente no condicionando la radicación a planes de integración, con formación de cultura española, planes de seguimiento, etc; al fin y al cabo, el Islam de uso, como el Cristianismo de uso, si bien que ninguno de los dos son los auténticos, porque ambos son intolerantes, pero tampoco es que tengan los mismos valores.

Pero la necesidad obliga, aunque esto no llegue a reconocerse nunca. Nos quejamos de su presencia, pero nosotros mismos les alquilamos nuestras anteriores casas, que dejamos por otras mejores. Nos quejamos de que están copando el comercio, pero les alquilamos nuestros bajo y locales. Nos quejamos de que nos están invadiendo, pero le cedemos nuestro espacio recobrando el importe de lo que se han ganado trabajando nuestros campos. Mantienen el tipo de nuestro PIB, pero no los queremos a nuestro lado. Y es que aquí nadie 'invade' a nadie, simplemente unos se retiran y otros ocupan los espacios abandonados. Alquilando, traspasando, comprando lo que un día explotábamos nosotros, tras venir a realizar los trabajos necesarios y básicos que nunca quisimos para nosotros. Solo es la vida andando.

Se marcharán de aquí algún día que ya no los necesitemos en nuestras explotaciones agrícolas, que se reducirán ostensiblemente, ténganlo por seguro. Entonces ellos tampoco nos necesitarán ya a nosotros. Y nos quedaremos con todas nuestras casas, locales, bajos y cosas, vacías, como espacios desdentados. Ellos necesitan trabajar, y nosotros necesitamos que trabajen para y por nosotros. Pero todo lo que pasa hoy tuvo su historia ayer. Lo que ocurre es que nadie aprende de nada.