¿Estamos más polarizados que nunca? La aparición de partidos como Podemos y Vox, con una ideología más a la izquierda y a la derecha en el espectro político anterior, parecen confirmar que sí.

De un tiempo a esta parte somos testigos de cómo la polarización parece haberse adueñado de todos los ámbitos. Pensamiento, política (la separo del pensamiento a propósito), cultura, opiniones, idiosincrasias. Mi teoría es que las redes sociales agravan este distanciamiento ideológico. Ensanchan nuestras posiciones y cada vez la brecha epistemológica y emocional entre nosotros parece más honda. ¿Por qué?

Pues me aventuro a postular mi tesis. En primer lugar hay que tener en cuenta que nuestros últimos diez años se han caracterizado por un uso abusivo de los teléfonos móviles, las redes sociales y las plataformas digitales.

Consideremos también que las opiniones sosas, las fotos anodinas, los discursos moderados y monótonos pasan más desapercibidos en entornos audiovisuales. No captan la atención de una forma tan poderosa como lo hacen las posturas radicales, las fotografías violentas, los vídeos que muestran a políticos armando el pollo o a un enternecedor niño asiático salvando a un gato de un tigre.

Vivimos, mediados por las redes, en un mundo que no admite los grises. La capacidad de nuestro cerebro para generar respuestas ante estímulos disminuye. Así, nos adherimos con más facilidad a ideas, conceptos y posturas extremas. Lo demás, lo que queda por el centro, no nos sacude, pasa desapercibido y lo ignoramos. Al final, poco a poco, las redes, que son el vehículo mayoritario a través del cual nos llega la información, son también el medio que nos condiciona. Y es por eso, qué duda cabe, que nuestra concepción de la realidad acaba por ser cada vez más extrema y polarizada. Hay que tener en cuenta también el factor emocional. Los discursos demagógicos suelen apelar más a nuestras emociones que a nuestro intelecto. Esto lo saben bien los políticos y los publicistas. Así, es más efectivo, para generar fracturas y bloques monolíticos de opinión, mostrar a un tipo quemando una bandera de España que a alguien justificando el valor racional de evitar caer en nacionalismos, por citar un ejemplo.

No hace falta ser un experto en neurología para comprender cómo funcionan las neuronas espejo. Vemos e imitamos. Repetimos mentalmente lo que nos muestran las pantallas. Y al final, no pensamos. Tan solo nos adherimos a una corriente de opinión porque nos emociona, porque nos hace sentir algo especial.

Y cuanto más radical sea esta emoción más fácilmente nos haremos partidarios de esta corriente.

No parece por tanto descabellado pensar que las redes sociales sean una fuente de polarización social. Funcionan a velocidad de vértigo, a golpe de imágenes y memes y nos evitan pensar, razonar. La emoción es más rápida y efectiva que la razón.