Hace unas semanas, cuando Pablo Alborán declaraba en redes sociales su condición sexual, pensé: mal vamos si a estas alturas del partido todavía hay que dar explicaciones sobre la preferencia sexual de quien sea.

Hoy, Día del Orgullo, tras pensar sobre esto, ver las declaraciones de señoros fetén de verde, o como por colgar una bandera LGTBI en el Ayuntamiento de un pueblo de Málaga, cuatro vecinos pidieron quitarla, he recapacitado y pienso que parte de nuestra sociedad sigue teniendo un problema.

Siguen existiendo los armarios, la represión y las etiquetas. ¿Pero quién es nadie para juzgar a quién aman los demás? Lo siento, pero me parece de locos. Nadie tiene derecho a juzgar, a coartar, a señalar a nadie por su preferencia sexual, nadie.

La campaña publicitaria de Gillette, que se despoja por fin del estereotipo de machirulo alfa o acciones especiales como las de Correos, con el vinilado de furgonetas con la bandera LGTBI, la tirada de sellos que, por cierto ya está agotada, siguen siendo necesarias en los tiempos que corren. Hay que seguir reivindicando la libertad ante los discursos mohínos y llenos de naftalina.

Esta semana pasada un cargo público, de un Ayuntamiento del litoral de la Región de Murcia, San Javier, del nombre de cuyo partido no quiero acordarme, nos decía en un vídeo que el arcoiris es un fenómeno natural y que no tenemos que asociarlo con la bandera que defiende los derechos LGTBI, que sus nietos y nuestros hijos tienen que ver el arcoiris como algo que viene de la naturaleza, porque aquí los únicos que defienden las libertades y las banderas son ellos. ¿Saben que le digo? Que sus nietos y nuestros hijos son más tolerantes que nuestra generación y la de nuestros padres o abuelos; han nacido y crecido con la normalidad de matrimonios heteros, homosexuales, niñas trans o bisexuales. Es de ellos de quienes tenemos que aprender a vivir con naturalidad el amor entre personas.

Hemos retrocedido en libertades en estos años en los que tendríamos que haber avanzado y la culpa la tenemos un poco todos. Nuestra sociedad es el reflejo de nuestra clase política y, poco a poco, discursos homófobos, discriminación o violencia física hacia personas LGTBI han tomado protagonismo, gracias a que hemos llevado a la primera línea de la política a un partido que lejos de sumarse a la defensa de la igualdad, genera odio, rechazo y violencia hacia los que no son como ellos. No sé a otros, pero estos discursos sacan lo peor de mí. ¡Ay, los prejuicios! Y la Iglesia católica, con su discurso más podrido está haciendo que nuestra sociedad se enfrente y no respete a todos por igual.

No me gusta generalizar, no meto a todos en el mismo saco, ya que figuras como el papa Francisco han manifestado que ser homosexual y la enseñanza católica no son excluyentes. Es la resistencia más conservadora dentro de la Iglesia la que excluye a los homosexuales, etiquetándolos de desviados o trastornados.

Me acordaba mientras escribo la maravilla de capítulo del Ministerio del Tiempo en el que gracias a la ficción, Federico García Lorca viaja en el tiempo a una cueva de flamenco donde Camarón pone música a sus preciosos versos de La leyenda del tiempo y, emocionado, Lorca dice: «España se acuerda de mí. Al final he ganado yo». Me ponía los pelos de punta y emocionaba pensar en él, asesinado por ser homosexual durante la Guerra Civil y como si pudiera volver a viajar en el tiempo y viera nuestra sociedad en la actualidad, se moriría de pena al ver el autobús de Hazte Oír con mensajes como «los niños tienen pene y las niñas vagina. Si naces hombre eres hombre y si naces mujer seguirás siéndolo, que no te engañen». Y yo digo, que cada uno sea lo que quiera ser, en libertad, sin dañar a nadie y menos a sí mismo por sentirse diferente. Nadie tiene derecho a etiquetar, agredir, maltratar y hacer sentir diferente, todos tenemos los mismos derechos o eso debería de ser y en pleno siglo XXI no nos engañemos, pero aún nos queda mucho trabajo por hacer.

Hace algunos meses cuando el bicho ni estaba ni se le esperaba, no habían cambiado nuestras vidas y viajábamos de manera normal, en uno de mis regresos a Murcia para pasar el fin de semana en casa, en el tren pusieron un documental sobre Violeta, una niña trans. Nació siendo chico y desde pequeñita se sentía mujer, se ponía vestidos, jugaba con muñecas y poco a poco fue descubriendo quién era y cómo se sentía de verdad. Fue emocionante verlo, pensaba en la suerte que Violeta tuvo con sus padres, que la apoyaron desde el minuto uno y, sin embargo, imaginaba la cantidad de niños o niñas que no se sienten cómodos con su cuerpo, con su vida, y el sufrimiento que les puede llegar a provocar, vivir en silencio, con miedo a enfrentarse a sus familias, sufrir bulling en el colegio, no ser respetados.

Rosa o azul, jugar al fútbol o a las muñecas, qué mas da mientras sean felices y queridos, educados con respeto. Debemos protegerles y seguir luchando por sus derechos y visibilidad, son personas como usted o como yo. Basta de etiquetas. Ni maricón ni mariquita ni afeminado ni marimacho. Me da igual las preferencias sexuales de la gente que me rodea, los quiero al margen de con quién se acuesten.

Nos queda mucho trabajo por hacer, quizás parezca algo radical mi postura, pero es urgente sacar de las instituciones a partidos que lejos de venir a construir una sociedad sana en valores, traen la podredumbre de los prejuicios, la religión más rancia y el sectarismo. Y ojo que no sólo culpo a los señores de verde de intolerancia y homofobia. Son partidos como PP o Ciudadanos los que, con su silencio, o agachando la cabeza, dejan que se salgan con la suya por el miedo a que sus pactos de Gobierno se tambaleen. Sean valientes y den un paso al frente. Pónganse del lado de la libertad y la igualdad.

Es ahora, después de pensar mucho en el vídeo de Pablo Alborán, cuando me doy cuenta de la importancia de visibilizar esta realidad a través de personajes públicos. No debería de ser así, pero ante los dramas que se viven en muchas casas en la actualidad por este motivo aplaudo las palabras y el paso al frente de Alborán. Más Pablos y menos fuerzas del mal y anticristos que vienen a controlarnos con 'chis'.

Y mientras seguimos luchando por los derechos, las libertades y la igualdad, no debemos olvidarnos de un bichito que ha venido para quedarse desde hace unos meses y que parece que nos va a volver a encerrar por si no habíamos tenido suficiente.

Por mi parte, les cuento: es domingo, estoy en casa de mis padres en Murcia, voy a preparar el desayuno y bajar a comprar LA OPINIÓN. La semana que viene les contaré mi emocionante reencuentro.

El sueño va sobre el tiempo

Flotando como un velero

Flotando como un velero?